Durante los primeros días de velorio en el tanatorio de Carmelo, Sara se hizo buena amiga de sus cuñadas. pero Jantima fue la mejor que la trató desde un principio, mientras que Nuria se resistía a darle conversación, la encontraba una interesada en estar con sú hermano que en paz descansaría cuando sú cuerpo fuera enterrado.
La observaba sin perder detalle día a día. No se separaba del ataúd de éste. Aquella mañana entró en la cámara en la cual estaba el ataúd en alto, con la tapa cerrada.
-¿Qué está haciendo? -preguntó su cuñada Jantima.
-Todas las mañanas le da un beso a tú hermano -contestó sú madre-. No se ha separado de él…
-Lo siento, ma -confesó la hija mayor de las dos hembras mirándola a través del cristal-, pero no me gusta.
-Sara es buena niña y ha demostrado que lo quería -dijo Engracia defendiéndola.
Aridane llegó bastante demacrado y sin afeitarse.
-Hola mamá -saludó a sú madre con dos besos-. ¿Y Sara?
Sú hermana Jantima señaló al interior de la cámara conservatoria con un gesto de molestia en sú cara:
-Con Carmelo…
-La voy a saludar…
Aridane entró en el habitáculo que estaba a una temperatura entre ocho a nueve grados para conservar los cadáveres.
-¿Se puede? -preguntó tocando la puerta.
-Sí, pasa -contestó ella sonriéndose.
-¿Quieres qué te lleve a casa de mi hermano?, ¿para que te cambies y te duches?
-Más tarde viene Alondra a recogerme con sú madre -respondió ella.
-¡Qué tranquilo está… -susurró mirando a sú hermano pequeño en el interior del ataúd.
Ella misma lo había maquillado, ahora Carmelo tenía una expresión más natural.
-¿Has verificado sí…
-¿Se la cortaron? -preguntó Sara sonriéndose.
-Es normal que lo hagan a muchos, se suelen empalmar y al no podérsela bajar se las amputan -dijo Aridane-.
Tenía los párpados más hundidos y la cara estirada. Aunque hubiera sido amortajado seguía conservando el aspecto sano y una expresión de felicidad que transmitía calma a todo el que lo viera demostrando que había fallecido de forma natural.
Exteriormente no había cambiado nada, era la misma persona, aunque su alma se hubiera marchado. No se le veía el algodón de la nariz aunque le hubieran introducido paquetes y paquetes con pinzas. No se le notaba el pegamento que habían usado tanto para mantener sus párpados y labios sellados.
-¿Estás bien? -preguntó Aridane.
-Sí…
-¿De verdad? -insistió.
-En el fondo estaba preparada para esto, aunque esperaba que fuera mucho más tarde -respondió ella.
-¿Has desayunado? -se preocupó por su estado de salud.
-La verdad es que no tengo mucho apetito…
-Tienes que comer algo -dijo, añadiendo-. Yo tampoco tengo hambre, pero solo tengo un café en el estómago desde las seis de la mañana y me apetece tomarme aunque sea un sándwich de jamón y queso.
Ambos se miraron a los ojos y se sonrieron.
-¿Quiéres qué te acompañe a la cafetería? -preguntó Sara.
-Sí, te invito a comer algo -respondió.
Sara afirmó con la cabeza. Salieron de la cámara conservatoria, primero salió ella y detrás él agarrándole ligeramente la cadera. A modo cariñoso. Juró cuidar de ella a sú hermano Carmelo en vida y no le iba a fallar. Él cumplía todas las promesas y mucho más si estaba embarazada.
-¿Se van? -preguntó Engracia.
-A desayunar -contestó su hijo-. ¿quieren algo de la cafetería?
-No… -dijo su hermana Jantima echándole una mirada fulminante a sú cuñada-. -¿Tú maquillaste a mi hermano Carmelo?
-Sí…
-Sara lo maquilló muy bien -dijo su madre orgullosamente-. La verdad es que lo miras y parece que estuviera durmiendo plácidamente.
-¿Tú estás bien Engracia? -preguntó Sara-, ¿te traemos algo?
-No, mi niña -dijo sonriéndose-. Mi hija Jantima me va a traer una tila de casa en un termo.
-¿Te estás tomando la pastilla para la tensión, mamá? -preguntó Aridane preocupado por la salud de sú madre-. Es que con lo que estamos pasando no quiero que tú también nos faltes. Con uno es bastante.
Sara descubrió que su cuñado no era tan egoísta, muy en el fondo tenía buenos sentimientos. Lo vio con otros ojos. Aquel maleducado que conocía se había convertido en un hombre de los pies a la cabeza.
La mirada de todos era penosa, pero por lo menos las llantinas se habían calmado, aunque Engracia se llevaba el clínex que sostenía en sú mano derecha al lagrimal de vez en cuando.
Aridane llevaba el peso de detener a los asesinos de sú hermano. No podía perdonarse que le hubieran disparado sin poder hacer nada.
Jantima no soportaba que sú hermano pasara el brazo por detrás de la cintura de Sara.
-Seguro que ahora está deseando acostarse con mi otro hermano -pensó Jantima enojada.
Sara y Aridane atravesaron el pasillo del Tanatorio hasta llegar a las escaleras, que bajaron dirigiéndose a cafetería.
-Vete sentándote mientras voy al baño -dijo sú cuñado.
-¿Te pido algo? -preguntó ella.
-Sí, un sándwich de jamón y queso -se mantuvo pensativo-, y un café.
Sara se sentó esperando a que se acercara el camarero que estaba limpiando una mesa situada a unos tres metros. Llevaba el típico uniforme de trabajo, pantalón de pinza, delantal negro con un bolsillo donde poder guardar tanto los paquetitos de azúcar, bolígrafos y el apuntador de pedidos. Una blusa de manga larga blanca de botones y la pajarita morada.
Las sillas eran de madera de nogal al igual que las mesas. Había escogido el mejor lugar, en la terraza donde podría fumar sú cuñado. El cual salió del cuarto de baño.
-¿Pediste ya? -preguntó sentándose frente a sú cuñada.
Aridane regresó del cuarto de baño con las manos secas
-¿Se habrá lavado las manos? -pensó ella algo repulsiva y respondió-. No, todavía no ha venido el camarero.
Se prendió un cigarrillo y levantó la mano con energía llamando la atención del camarero que estaba en la barra.
-¡Cuando pueda! -exclamó Aridane de manera vulgar -se sonrió sin quitarse el tabaco rubio de los labios-. Si no les das prisa a estos tíos te dejan en la mesa esperando hasta una hora. Se creen que los clientes somos gilipollas, parece que se olvidan de que nosotros somos los que les damos de comer, hipotéticamente hablando.
El cenicero era de cerámica, con un pequeño orificio en la tapa para tirar las cenizas y colillas. En sú interior había agua. Echó la cenizas en sú interior. Tenía más puntería con el cigarro, porque sú madre siempre le reprendía porque se orinaba todo por fuera y no quería ni imaginarse la imagen.
-¿Qué tal lo llevas? -preguntó.
-Lo llevo… -respiró hondo-, ¿y tú?
-Más o menos…
Sonó el teléfono móvil de Aridane:
-Suban, ya van a trasladar a tú hermano al cementerio -leyó el SMS en voz alta.
-¿Ya? -preguntó desconcertada?-, pero no lo enterraban a las cuatro?
-Sí, pero se adelantaron…
Subieron a la habitación que les había tocado para velar a Carmelo por asignación. Engracia estaba medio llorando porque se acercaba el momento de la triste despedida. Jantima se fue con sú marido en el coche y casi ni se cruzaron las palabras. Engracia se fue en el coche de sú marido Corujo el cual la estaba esperando en el aparcamiento, mientras que Sara se iba con su cuñado.
-¿Qué vas a hacer al final? -preguntó éste.
-No sé… -titubeó ella.
-Si quieres puedes venirte a vivir con nosotros -susurró, como quien no quería la cosa.
-No sé que haré, Aridane… -miró a los otros vehículos de la carretera y las manos de sú cuñado agarrando el volante con fuerza-. Estaba pensando en volver al orfanato.
-No tienes por qué hacer eso -dijo-. Le prometí a mi hermano que cuidaría de ti. No es que sea algo que me vuelva loco, pero una promesa es una promesa.
-Las promesas se rompen, ¿sabes?
-Yo no soy de esa clase de personas…
-¿Qué prometen hasta que la meten? -añadió ella en tono serio.
-¿Crees qué quiero follarte? -preguntó él dando un giro brusco al volante y aparcando el coche en doble fila.
Respiró hondo como intentando calmarse y se cruzó de brazos al igual que lo hacía su hermano pequeño.
-¿Qué pasa? -preguntó Sara.
-¿Sabes por qué nunca me has gustado? -preguntó él-. Por que creo que eres una oportunista -confesó-, creo que eres una niñata que consigue lo que quiere calentando pollas. No sé como lograste que mi hermano Carmelo se enamorara de ti, pero aunque no aceptara lo vuestro lo apoyé al máximo aunque toda mi familia, los compañeros de la policía y todos estuvieran en contra. No porque eres conflictiva y problemática. Sino porque eres menor y suerte que no se casaron o tuvieron hijos. Bueno, eso creo…. Solo faltaría que ahora estuvieras preñada
Sara se cabreó y sin mediar palabras abrió la puerta del coche.
-¿Qué haces? -preguntó él echándole una mirada fulminante.
-Me voy…
-¿A dónde?
-Cogeré un taxi para llegar al cementerio.
-¿Estás loca?
-No, pero no pienso ir contigo a ningún lado -dijo tajantemente-. ¡Ah y tranquilo! Jamás y nunca me has gustado. Me pareces el hombre más machista, egoísta y maleducado del mundo. Así que tú, tú familia y todo el mundo puede olvidarse de mi, ¿entendido? Solo sé que amé, amo y amaré a tu hermano, aunque parezca un témpano de hielo. Hay personas a las que la muerte solo es el siguiente paso y yo ya he tenido bastantes muertes en mi vida. Mis padres murieron siendo yo una niña, mis hermanos me abandonaron y ahora Carmelo. ¿Te parece poco? ¿Qué me guste el sexo? Sí claro que me gusta, como a todo el mundo. ¿Qué sea rara? Tengo mis razones, ¿y qué si me importo yo? Ahora que estoy sola, solo me importa mi bienestar.
Sara salió del coche mientras Aridane permaneció sentado mirando fijamente al volante arrepentido. Salió del coche a toda prisa con la intensión de pararla para que no cometiera una locura. Pero fue muy tarde acababa de coger un taxi.
Solo quedaba medio kilómetro para llegar al cementerio y el taxista con sus métodos de conducción se puso en tan solo cinco minutos saltándose algún que otro semáforo. Sara observó por el cristal trasero si se aproximaba el coche de Aridane, pero no lo encontró entre la veintena de vehículos que la precedían.
Aridane ya había llegado, la estaba esperando. Cuando el taxi se detuvo, se acercó a la ventanilla del taxista y le preguntó:
-¿Cuánto le debe?
-Cinco euros -respondió el taxista.
-Yo tengo dinero -dijo ella sacando el dinero de la cartera.
-Guárdalo, yo pago -dijo su cuñado.
Salió del taxi colocándose las gafas de sol de la marca Armani. Se detuvo mirándolo con incomodidad y el taxi arrancó.
-Tenemos que hablar, en ningún momento he insinuado que…
-No hables Aridane, en vez de arreglarlo vas a cagarla…
-¿Por qué hiciste eso? -preguntó Aridane zarandeándola por la muñeca izquierda-, ¿eh?
-¡Suéltame! -pidió educadamente.
-¿Crees qué es bonito hacer esas cosas? -insistió enfurecido.
-¡Suéltame, me haces daño! -exclamó subiendo el tono de voz.
-¡No voy a soltarte, esto no se va a quedar así!
-¡Qué me sueltes! -chilló de manera tajante.
Los ojos de esta se volvieron completamente negros, sú cabello comenzó a ondear como una bandera cuando sopla el viento y Aridane fue empujado hacia detrás por una especie de energía sobrenatural. Quedó asombrado, sorprendido, no podía creer lo que había pasado.
-¿Qué fue eso…
-¡No te acerques a mi! -exclamó ella-. ¡Olvídame, tío!
Entró en el cementerio por la puerta principal. Un lugar tétrico para ella, un lugar donde podía ser reconocida por los espíritus, un lugar peligroso y donde corría peligro.
Caminó por el pasillo de lápidas y una mujer que estaba postrada ante una de ellas la miró:
-¿Me ves?
Se hizo la loca.
-¿Tú puedes verme? -insistió el espíritu de aquella mujer de unos cincuenta y seis años-. ¡Sé que puedes verme, tienes qué ayudarme, mi niña!
-¡Ahora no puedo!
-Ahora no puedes, ahora no puedes… -replicó el espíritu-. Nadie quiere ayudarme, ¿a quién acudo?
Aridane entró en el cementerio observando como discutía con el aire, hablando sola y recordó que sú hermano le había contado que veía a los espíritus.
-¿Será verdad lo que me contó Carmelo? -susurró, antes de despejarse zarandeando fuertemente la cabeza-. ¡Creo que me estoy volviendo majareta pal’coño!
Familiares y amigos estuvieron reunidos para darle el último adiós. No fue un funeral normal, era tan triste que hasta la lluvia hizo acto de presencia. El cielo se volvió gris y lloraba la ausencia de un maravilloso hombre como lo era él.
Carmelo siempre tuvo la voluntad de ser incinerado. Sú ataúd iba adentrándose en el interior del fuego incinerador y como cerraban la puerta para que redujeran a cenizas sú ser físico. Se decía que de esa manera el espíritu no sería liberado, aunque eso no era una ciencia cierta, porque los espíritus podían aferrarse a un objeto u persona y eso lo sabía muy bien ella.
Engracia era abrazada por sú marido Corujo y sus hijas mayores. David y los amigos de ambos hijos estaban en un plano más secundario. Compañeros del cuerpo de la policía local, algunos de la guardia civil, protección civil e incluso bomberos se habían desplazado al crematorio. Incluso Toni al cual conoció una vez cuando fue a ver a Carmelo a la supercomisaria y sú sola presencia provocó en Aridane una mirada fulminante; de incomodidad.
Sara pudo contener la lágrimas al recordar lo que le decía sú novio continuamente:
-Cuando muera no llores en mi funeral -le decía Carmelo.
Siempre estropeaba los momentos más bonitos y maravillosos. Con él siempre era una de cal y otra de arena o como lo llamaba ella: <<una de rosas y otra de mierda>>. Lo cual hacía reír a Carmelo, porque eso si tenía, buen humor. Siempre decía que sí a todo. Pero cuando se le acercaba otro tío para ligar con ella se volvía loco de celos.
Aridane se le acercó sinuosamente pasándole el brazo por detrás de la cintura. Aunque hubieran discutido agradeció ese gesto por sú parte. Ni lo miró, solo dejó que la rodeara con sú fibroso brazo.
Se perturbó el momento al ver al Juez Oliveira y a un hombre que iba acompañándolo. Ambos la miraron fijamente, seguramente estaban pensando que era demasiado joven para Carmelo.
El Juez Oliveira era un hombre normalito, algo rechoncho y de unos cuarenta y cinco de años. Con aspecto de ser serio. Era Juez del juzgado de primera instancia. Tenía el pelo medio largo engominado hacia detrás y barba con forma de perilla. De mirada calculadora con los ojos azules y los brazos cruzados como un político. Vestía un esmoquin de gala y susurraba continuamente a sú acompañante. Ella se fijó en que no tenía anillo de casado y no parecía un hombre que quisiera el plantearse tener una familia, lo veía como un viciosillo del sexo. Un guarrete que de cara a la gente es un hombre formal y decente. Pero de eso tenía muy poco por como la miraba casi sin cortarse ni un pelo
Carmelo al haber nacido en la Capital de Santa Cruz algunos tinerfeños amigos suyos de la adolescencia también habían acudido a la cita. Sú vida duró hasta los veinticinco años y llevaba despidiendo hacía mucho tiempo atrás. Recordaba su metro ochenta y sú olor. Sus ochenta kilos de peso, lo cual lo obsesionaba mucho y se pasaba unas dos horas diarias en el gimnasio para bajar la barriga cervecera. Nació un veinte de Noviembre y falleció el veintiocho de Abril. Le inquietaban: El amor que sentía por su novia Sara, el tumor cerebral que le diagnosticaron años atrás, los sueños premonitorios de ésta, el tiempo que le daban de vida y el más allá.
La personalidad de Carmelo: Era divertido y abierto. La verdad es que se llevaba muy bien con los homosexuales hasta el punto de invitarla varias veces a salir de marcha a pubs y discotecas gays de la isla. Siempre iba a la moda y tenía ese punto de alocado que lo hacía especial.
-No sabes lo afortunado que me siento a tú lado -le decía Carmelo después de cada relación amorosa con ella.
Cuando se terminó la incineración todo volvió a la normalidad. El vocerío de los asistentes y las hijas de Engracia calmándola, pero sin aguantar tanto dolor sufrió un desmayo. Sara se acercó pero había demasiada gente alrededor. Élla permaneció en segundo plano porque como le había reprochado sú cuñado la familia no la aceptaba y eso en el fondo la jodía bastante.
By José Damián Suárez Martínez
10 - ¡Lo ví, ya no era él!
Sara acudió a urgencias, el mundo se le cayó encima cuando se les acercó el médico de urgencias que había atendido a Carmelo. Era abrazada por su cuñado Aridane, el cual estaba tan preocupado como ella. Los padres de éste se abrazaban con fuerza. Engracia estaba destrozada, no quería que su hijo menor falleciera. Sus hermanas se encontraban siendo consoladas emocionalmente por sus parejas y esposos. A ellas no tenía el placer de conocerlas. Pero tampoco estaba de humor como para relacionarse.
El médico de urgencias salió al pasillo, los padres se pusieron en pie mirándolo con los ojos bien abiertos. Sus rostros denotaban preocupación y miedo.
-Carmelo sufrió un colapso en sus venas, el disparo en el pecho dañó corazón y pulmón. -dijo el médico de urgencias que lo atendió durante la operación-. Intentamos hacer todo lo posible por salvarlo y aunque logramos extraerle la bala perdió mucha sangre, siento ser yo el tenga que decirles esto…
-¡Nooo! -Chilló Engracia desgarrándosele hasta el alma.
-…pero ha fallecido… -confirmó el médico de urgencias.
Engracia y Cornelio rompieron a llorar desesperadamente. Destrozados sin resignarse.
-¡Nooo, mi hijo Carmelo, nooo… -chillaba Engracia-, ¡Por qué Dios… ¡Mi hijo no… ¡Carmelo….
Era desgarrador para todos los familiares que estaban esperando en la salita por noticias de los suyos. Todos daban el pésame mentalmente, la tristeza era una epidemia que se contagiaba rápidamente. Una señora que se hallaba sentada en uno de los bancos de plástico se santiguó.
-Ya está, Engracia… -dijo haciéndose el fuerte ante aquel duro momento que les tocaba pasar-. Tranquila, relájate querida.
-¡Nuestro pequeño nooo…. -gritaba Engracia sin poder soportarlo.
Sara vio una figura encapuchada que la miró con frialdad, éste atravesó una puerta y ella lo persiguió. Ninguno de los familiares se percataron de que se había ido.
Aridane la buscó son sus manos para abrazarla, pero no la halló. Miró derredor y la vio como un flash atravesando la puerta hacia el interior de la zona de radiología.
Sara corrió detrás de aquella presencia que tanto llamaba su atención y que la había observado en medio de su dolor. Se dio cuenta de que no era un espíritu normal. No era parecido a los demás, notó con su fría y cálida presencia que era la misma muerte. Notó que había trabajado para aquella figura encapuchada que vestía de negro funerario. De tez pálida y de expresión fúnebre. Ni triste, ni alegre, ni enfadado, no mostraba síntomas de tener sentimientos.
Atravesó varios pasillos hasta llegar a una sala donde se encontraban varios cadáveres cubiertos por sábanas blancas del servicio Canario de Salud. De repente Carmelo se le manifestó por detrás.
-Hola, Sara… -escuchó sú voz.
Ésta se viró para verlo.
- Mira lo que me hizo ese hijo de puta enmascarado.
Se quitó la bata lila del hospital mostrándole el agujero que le produjo la bala en el pecho. Sara se asustó al ver su espíritu, aquel ente, no era al que conocía en vida. Estaba corrompido, encrispado, sin sentimientos en sus palabras, sin apatía, sin consciencia propia.
La agarró fuertemente de la mano jalándola. Sus vibraciones eran desconcertantes incluso para ella. Su mirada fría como sus manos. Sara comenzó a gritar, el espíritu fue atrapado por un grupo de sombras que salieron del suelo atrapándolo bruscamente de manos y pies. Gritó, gritó un fuerte chillido desesperado.
-¡Nooo! -chilló desesperada e impotente-. ¡Por qué!
Aridane llegó hasta ella encontrándola tirada en el suelo en estado catatónico, desvariando.
-¡Sara…
Sara fue subida en una camilla por los enfermeros y conducida por el pasillo. Estaba catatónica, perdida, desconcertada, desvariada. No paraba de repetir la misma frase todo el tiempo como si fuera un disco rayado. El shock y el trauma por la perdida de Carmelo la había enloquecido.
-¡He visto a Carmelo, he visto a Carmelo, he visto a Carmelo!
Engracia, su marido y sus hijas mayores la vieron. Aridane la acompañó preocupado por todo el recorrido hasta que la introdujeron en una zona reservada para enfermos.
-¡He visto a Carmelo!
-¿Estás segura? -preguntó Aridane desconcertado.
-Ya no era él… -susurró como poseída con los ojos se fueran a salir de sus órbitas-. Ya no era él…
Aridane observó a su familia compungida, entristecida y destrozada.
El médico de urgencias salió al pasillo, los padres se pusieron en pie mirándolo con los ojos bien abiertos. Sus rostros denotaban preocupación y miedo.
-Carmelo sufrió un colapso en sus venas, el disparo en el pecho dañó corazón y pulmón. -dijo el médico de urgencias que lo atendió durante la operación-. Intentamos hacer todo lo posible por salvarlo y aunque logramos extraerle la bala perdió mucha sangre, siento ser yo el tenga que decirles esto…
-¡Nooo! -Chilló Engracia desgarrándosele hasta el alma.
-…pero ha fallecido… -confirmó el médico de urgencias.
Engracia y Cornelio rompieron a llorar desesperadamente. Destrozados sin resignarse.
-¡Nooo, mi hijo Carmelo, nooo… -chillaba Engracia-, ¡Por qué Dios… ¡Mi hijo no… ¡Carmelo….
Era desgarrador para todos los familiares que estaban esperando en la salita por noticias de los suyos. Todos daban el pésame mentalmente, la tristeza era una epidemia que se contagiaba rápidamente. Una señora que se hallaba sentada en uno de los bancos de plástico se santiguó.
-Ya está, Engracia… -dijo haciéndose el fuerte ante aquel duro momento que les tocaba pasar-. Tranquila, relájate querida.
-¡Nuestro pequeño nooo…. -gritaba Engracia sin poder soportarlo.
Sara vio una figura encapuchada que la miró con frialdad, éste atravesó una puerta y ella lo persiguió. Ninguno de los familiares se percataron de que se había ido.
Aridane la buscó son sus manos para abrazarla, pero no la halló. Miró derredor y la vio como un flash atravesando la puerta hacia el interior de la zona de radiología.
Sara corrió detrás de aquella presencia que tanto llamaba su atención y que la había observado en medio de su dolor. Se dio cuenta de que no era un espíritu normal. No era parecido a los demás, notó con su fría y cálida presencia que era la misma muerte. Notó que había trabajado para aquella figura encapuchada que vestía de negro funerario. De tez pálida y de expresión fúnebre. Ni triste, ni alegre, ni enfadado, no mostraba síntomas de tener sentimientos.
Atravesó varios pasillos hasta llegar a una sala donde se encontraban varios cadáveres cubiertos por sábanas blancas del servicio Canario de Salud. De repente Carmelo se le manifestó por detrás.
-Hola, Sara… -escuchó sú voz.
Ésta se viró para verlo.
- Mira lo que me hizo ese hijo de puta enmascarado.
Se quitó la bata lila del hospital mostrándole el agujero que le produjo la bala en el pecho. Sara se asustó al ver su espíritu, aquel ente, no era al que conocía en vida. Estaba corrompido, encrispado, sin sentimientos en sus palabras, sin apatía, sin consciencia propia.
La agarró fuertemente de la mano jalándola. Sus vibraciones eran desconcertantes incluso para ella. Su mirada fría como sus manos. Sara comenzó a gritar, el espíritu fue atrapado por un grupo de sombras que salieron del suelo atrapándolo bruscamente de manos y pies. Gritó, gritó un fuerte chillido desesperado.
-¡Nooo! -chilló desesperada e impotente-. ¡Por qué!
Aridane llegó hasta ella encontrándola tirada en el suelo en estado catatónico, desvariando.
-¡Sara…
Sara fue subida en una camilla por los enfermeros y conducida por el pasillo. Estaba catatónica, perdida, desconcertada, desvariada. No paraba de repetir la misma frase todo el tiempo como si fuera un disco rayado. El shock y el trauma por la perdida de Carmelo la había enloquecido.
-¡He visto a Carmelo, he visto a Carmelo, he visto a Carmelo!
Engracia, su marido y sus hijas mayores la vieron. Aridane la acompañó preocupado por todo el recorrido hasta que la introdujeron en una zona reservada para enfermos.
-¡He visto a Carmelo!
-¿Estás segura? -preguntó Aridane desconcertado.
-Ya no era él… -susurró como poseída con los ojos se fueran a salir de sus órbitas-. Ya no era él…
Aridane observó a su familia compungida, entristecida y destrozada.
By José Damián Suárez Martínez
9 - ¿Ya llegaste mi amor?
Sara estaba preparando la comida con todo el cariño del mundo mientras escuchaba música a todo volumen. Le gustaba preparar cenas suculentas y abundantes ya que sú novio comía bastante. No era un pozo sin fondo, pero siempre repetía. Le gustaban las especias y los aromas. Creía que sú comida lo había enamorado mucho más de ella.
Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo desde la cabellera hasta los dedos de los pies y se viró. Carmelo estaba sentado a la mesa dándole un buen susto.
-¡Joder, Carmelo! -exclamó echándose la mano al pecho-, ¡Qué susto!
Lo notó más guapo que de costumbre y algo distante. Frío y serio. Seguramente que habría discutido con sú hermano a causa de las diferencias entre los dos o por sú culpa. No la aceptaba, seguramente porque era menor y no se había fijado en un asqueroso como él. Sabía que le había mirado el culo en alguna que otra ocasión.
Carmelo estaba desconcertado, mirando con asombro y sin sentido. Sabía que aquello era casi irreal, por alguna razón se le había sido concedido con experimentar estar al otro lado de la historia. Se sentía triste al saber que había llegado su final, pero quería que Sara no sufriera.
Tenía demasiadas cosas que decirle, pero no quería decir algo que le entristeciera, no quería que sufriera por él.
-¡Dios, qué guapa es! -pensó Carmelo intentando recordar ese momento.
-¿Qué te pasa?
-Sabes que te quiero ¿no?
-Pues claro, Carmelo.
-Me hubiera gustado tanto haber sido padre y haberte convertido en mi esposa.
-¿Por qué me dice eso? -pensó Sara removiendo el caldero dándole la espalda-. ¡Queda tiempo para eso, amor!
Sara se viró nuevamente para mirarlo, pero ya no estaba. Se extrañó y reaccionó con una sonrisa.
-Amor… ¿Estás en la ducha? -chilló intrigada.
Sara se dirigió al cuarto de baño pero no lo encontró, caminó al dormitorio y tampoco estaba. Lo buscó en los cuartos pero nada, fue al salón fijándose en la puerta, puso la mano en el pomo dándose cuenta de que estaba cerrada con llave y la llave estaba en la cerradura. Miró a la zapatera y no vio los zapatos de Carmelo, el cual se descalzaba tan solo llegar de la calle.
Sintió una presión en el pecho que le produjo un mal presentimiento. Reaccionó tirándose en el suelo envuelta en una gran llantina desesperantes, entre tristeza y rabia golpeándose la cara con el puño cerrado dándose cuenta de que era su espíritu.
Por alguna razón había perdido la vida y gritó:
-¡Nooo! -gritó desesperada-. ¡Por qué!
Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo desde la cabellera hasta los dedos de los pies y se viró. Carmelo estaba sentado a la mesa dándole un buen susto.
-¡Joder, Carmelo! -exclamó echándose la mano al pecho-, ¡Qué susto!
Lo notó más guapo que de costumbre y algo distante. Frío y serio. Seguramente que habría discutido con sú hermano a causa de las diferencias entre los dos o por sú culpa. No la aceptaba, seguramente porque era menor y no se había fijado en un asqueroso como él. Sabía que le había mirado el culo en alguna que otra ocasión.
Carmelo estaba desconcertado, mirando con asombro y sin sentido. Sabía que aquello era casi irreal, por alguna razón se le había sido concedido con experimentar estar al otro lado de la historia. Se sentía triste al saber que había llegado su final, pero quería que Sara no sufriera.
Tenía demasiadas cosas que decirle, pero no quería decir algo que le entristeciera, no quería que sufriera por él.
-¡Dios, qué guapa es! -pensó Carmelo intentando recordar ese momento.
-¿Qué te pasa?
-Sabes que te quiero ¿no?
-Pues claro, Carmelo.
-Me hubiera gustado tanto haber sido padre y haberte convertido en mi esposa.
-¿Por qué me dice eso? -pensó Sara removiendo el caldero dándole la espalda-. ¡Queda tiempo para eso, amor!
Sara se viró nuevamente para mirarlo, pero ya no estaba. Se extrañó y reaccionó con una sonrisa.
-Amor… ¿Estás en la ducha? -chilló intrigada.
Sara se dirigió al cuarto de baño pero no lo encontró, caminó al dormitorio y tampoco estaba. Lo buscó en los cuartos pero nada, fue al salón fijándose en la puerta, puso la mano en el pomo dándose cuenta de que estaba cerrada con llave y la llave estaba en la cerradura. Miró a la zapatera y no vio los zapatos de Carmelo, el cual se descalzaba tan solo llegar de la calle.
Sintió una presión en el pecho que le produjo un mal presentimiento. Reaccionó tirándose en el suelo envuelta en una gran llantina desesperantes, entre tristeza y rabia golpeándose la cara con el puño cerrado dándose cuenta de que era su espíritu.
Por alguna razón había perdido la vida y gritó:
-¡Nooo! -gritó desesperada-. ¡Por qué!
By José Damián Suárez Martínez
8 - Huída inesperada
El día de playa había terminado, Aridane y Carmelo entraron en la Supercomisaria de Las Palmas capital para hacer varias interrogaciones al siniestro asesino en serie. Querían descubrir si estaba detrás del intento de asesinato de Carmelo. Seguramente tenía algún contacto entre los policías como para poder llevar acabo un trabajo como ese. El hermano mayor estaba lo suficiente enfadado como para dejar que saliera impune. Lo que le apetecía era pegarle un tiro entre ceja y ceja sin contemplaciones.
-¡Buenos días! -saludó Jonathan el agente que controlaba las personas que entraban y salían.
Los hermanos se dirigieron a las ascensores, Aridane accionó el botón para llamar al ascensor.
-Tengo ganas de tener frente a frente a ese asesino -dijo Aridane apretando los puños con fuerza.
Aridane y Carmelo se introdujeron en un ascensor.
Los dos hombres entraron en las dependencias, pasaron desapercibidos haciéndose pasar por simples técnicos. Al ver el pasillo vacío se colocaron las máscaras nuevamente. Se aproximaron a los paneles de electricidad y el de la máscara triste tocó el panel con las palmas de sus manos mientras el otro vigilaba. De las manos de sú compañero salpicaron radiaciones eléctricas, estaba absorbiendo la energía de la instalación eléctrica. Era como si se retroalimentara de ese tipo de energía. Todos en el recinto eran ajenos a lo que sucedía.
Los dos hermanos quedaron encerrados en el interior de la ascensor que habían cogido.
- ¡Mierda, se fue la luz! -exclamó Aridane indignado sacándose el teléfono móvil para alumbrar el habitáculo con capacidad para siete personas.
Alumbró el panel de botones para que su consanguíneo menor pulsara el botón de la alarma pero nada. La luz se había ido. Nunca había pasado nada parecido. Aridane pulsó el botón de la alarma incesantemente, pero nada… No tenía claustrofobia, pero estar encerrado lo ponía nervioso e irascible.
-No me parece nada bien.
-No te preocupes semejante, no es más que un corte en la luz -dijo Carmelo despreocupado.
Recordó aquellos meses que sufrió la ceguera debido al tumor cerebral, tuvo que habituarse a la oscuridad y a moverse con ayuda de sus sentidos. Tocando los objetos para no caerse al suelo. Lo peor de eso era el cuidado que debía tener con las malas caídas.
Los enmascarados atravesaron el pasillo con especie de llamaradas en las manos disparando a todo agente que se les cruzara delante con sus ardientes llamaradas, abriéndose paso hasta una sala. Ambos se sentían jubilosos con sus ojos brillantes de ira, desprecio hacia los agentes de policía.
En el ascensor Aridane estaba pensativo y receptivo. Aturdido y bastante desconcertado.
-¿Qué sucede? -preguntó Carmelo escuchando las explosiones y disparos.
-Juraría que escuché disparos -respondió Aridane.
-No lo creo, Ari.
A Aridane le sonaba más a sonido de fuego, de llamas, ¿pero por qué disparaban sus compañeros? ¿Qué estaría sucediendo al otro lado?
Los enmascarados colocaron sus manos en una pared que era un cristal camuflado. En el interior se encontraba un hombre sentado en una silla frente a un escritorio. El explosivo explotó reventando el cristal engañoso que se hacía pasar por una pared en la sala de interrogatorios. El hombre al que habían venido a salvar ni se inmutó, era como si esperara que sus hombres vinieran a salvarlo. Es como si estuviera esperando ese momento, con un regocijo interior que lo colmaba en sus ojos sin rastro de sentimiento alguno.
Desde el interior del ascensor se escuchó la fuerte explosión provocando que se desestabilizara. Los dos hermanos se agarraron a las paredes preocupados. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Era una guerra? ¿Un atentado?
-¡Joder! -musitó Aridane enojado.
-¡Sú puta madre! -exclamó Carmelo preocupado.
-Tenemos que salir de aquí -apuró el hermano mayor.
-No lo dudes -dijo Carmelo mirando al techo de la ascensor donde se hallaba la trampilla. La única escapatoria reconocible.
Carmelo colocó las manos en forma de escalón para que Aridane subiera en ellas usándolas como punto de apoyo para abrir la trampilla del techo.
El hombre <<apodado el siniestro>> por los asesinatos cometidos salió al pasillo con sus hombres atravesando el pasillo disparando sus mortíferas bolas de fuego a todo agente de policía o guardia de seguridad que se les cruzaban por el camino.
Mientras los dos hermanos se habrían paso hacia el hueco de las ascensores. Treparon hasta el techo de la ascensor, Aridane abrió las puertas exteriores del ascensor con sú fuerza bruta viendo a los tres hombres huyendo por el pasillo.
-¡Los veo! -alertó.
-¿Los reconoces?
-Van tapados con máscaras.
Carmelo recordó lo sucedido la noche anterior.
-¡Han liberado al siniestro, joder! -exclamó Aridane endiablado.
Los enmascarados bajaron por las escaleras. Los dos hermanos salieron del hueco de las ascensores sorprendiéndose al ver los cadáveres de varios de sus compañeros de la comisaría tirados en el suelo.
-¡Hijos de puta!
Carmelo se agachó junto a uno de los heridos que tenía los ojos completamente inyectados en sangre, tuvo la serenidad necesaria para realización de la exploración: Tomó el pulso colocando dos dedos índice y medio en la arteria Carótida a ambos lados de la nuez. Sabía que no podía buscarlo con el dedo pulgar ya que se confundiría con su propio pulso.
-Nada… -dijo Carmelo negando con la cabeza confirmando que estaba muerto.
Aridane le buscó el pulso al otro mientras llamaba por el teléfono móvil a otra comisaría de policía.
-Manden hombres a la Supercomisaría -alarmó-, hay varios agentes muertos.
-Vale, ahora mismo se están desplazando las patrullas hacia allí -dijo la chica del Centro de coordinación de emergencias.
-¡Mierda! -chilló Aridane confirmando que ese también estaba muerto, no tenía señales de pulso.
Los dos se miraron con indignación y odio. Lo extraño era ver sus ropas quemadas si no había señal de haber habido fuego en los pasillos, pero olía a chamuscado y a humo; aunque las alarmas de incendio no se habían accionado. Todo era muy raro para sus mentes que trabajaban con lógica y las hipótesis rápidas no los llevaban a ninguna conclusión real.
-¡Joder! -exclamó Carmelo cogiendo sú arma.
Se escucharon más disparos provenientes de las escaleras que conducían al parking. Aridane miró por el hueco de las escaleras, los observó bajando a toda prisa.
-¡Están en las escaleras! -alarmó.
Aridane y Carmelo se aproximaron hacia allí, bajando los peldaños vieron a más compañeros tirados por las escaleras, muertos o vivos no había tiempo para obscurtarlos.
Los enmascarados iban en una furgoneta riendo, conducía el de la cara alegre, el de la mascara triste iba de copiloto mientras el rescatado iba detrás con los ojos completamente negros. Catatónico, sin marcas de sentimientos en su rostro de piel pálida. Gélido como un témpano. De piel árida y grisácea como la de un difunto.
Los dos hermanos salieron por la puerta, se posicionaron en el centro de la carretera con arma en mano esperando que detuvieran la furgoneta. Tuvieron que apartarse del centro de la carretera de un salto tras dispararle varios disparos o les atropellaban con la furgoneta. Otro agente escondido tras uno coche disparó. En el fuego cruzado una bala impactó en el pecho de Carmelo, el cual no llevaba chaleco antibalas porque no estaba de servicio.
-¡Mierda! -chilló Aridane hecho una furia.
Miró a su hermano aquejándose de un fuerte dolor en el pecho. Tenía sangre en las manos. Se estaba desangrando a causa de la bala perdida que había perforado sú tórax.
-¡Joder, cabrones de mierda! -Chilló Carmelo mordiéndose los labios del dolor.
-Tranquilo, hermano… -Aridane estaba demasiado preocupado-. Te vas a poner bien…, te lo prometo.
Carmelo depositó la mano sobre el brazo de sú hermano mayor y dijo sufriendo insoportables dolores:
-Cuida de Sara…
Carmelo quedó inconsciente y su hermano gritó:
-¡NOOOOO!
Arqueó la espalda de lado alzando el brazo derecho para disparar a la furgoneta en un gran grito lleno de ira. Mientras taponaba la herida con su mano izquierda para que no perdiera más sangre.
-¡Ahhhhh!
Pero fue inútil, tan solo le quedaron un par de agujeros en la puerta trasera mientras que la furgoneta salía de los aparcamientos rompiendo la barrera de seguridad.
-Lo siento… -musitó el otro agente con el rostro de culpabilidad-. Nunca imaginé…
-No hay tiempo para eso ahora, llama al uno-uno-dos.
El joven agente acabado de salir de la academia llamó a la central para pedir ayuda e informar del altercado. No paraba de temblar y pedir a Dios que no se muriera.
By José Damián Suárez Martínez
-¡Buenos días! -saludó Jonathan el agente que controlaba las personas que entraban y salían.
Los hermanos se dirigieron a las ascensores, Aridane accionó el botón para llamar al ascensor.
-Tengo ganas de tener frente a frente a ese asesino -dijo Aridane apretando los puños con fuerza.
Aridane y Carmelo se introdujeron en un ascensor.
Los dos hombres entraron en las dependencias, pasaron desapercibidos haciéndose pasar por simples técnicos. Al ver el pasillo vacío se colocaron las máscaras nuevamente. Se aproximaron a los paneles de electricidad y el de la máscara triste tocó el panel con las palmas de sus manos mientras el otro vigilaba. De las manos de sú compañero salpicaron radiaciones eléctricas, estaba absorbiendo la energía de la instalación eléctrica. Era como si se retroalimentara de ese tipo de energía. Todos en el recinto eran ajenos a lo que sucedía.
Los dos hermanos quedaron encerrados en el interior de la ascensor que habían cogido.
- ¡Mierda, se fue la luz! -exclamó Aridane indignado sacándose el teléfono móvil para alumbrar el habitáculo con capacidad para siete personas.
Alumbró el panel de botones para que su consanguíneo menor pulsara el botón de la alarma pero nada. La luz se había ido. Nunca había pasado nada parecido. Aridane pulsó el botón de la alarma incesantemente, pero nada… No tenía claustrofobia, pero estar encerrado lo ponía nervioso e irascible.
-No me parece nada bien.
-No te preocupes semejante, no es más que un corte en la luz -dijo Carmelo despreocupado.
Recordó aquellos meses que sufrió la ceguera debido al tumor cerebral, tuvo que habituarse a la oscuridad y a moverse con ayuda de sus sentidos. Tocando los objetos para no caerse al suelo. Lo peor de eso era el cuidado que debía tener con las malas caídas.
Los enmascarados atravesaron el pasillo con especie de llamaradas en las manos disparando a todo agente que se les cruzara delante con sus ardientes llamaradas, abriéndose paso hasta una sala. Ambos se sentían jubilosos con sus ojos brillantes de ira, desprecio hacia los agentes de policía.
En el ascensor Aridane estaba pensativo y receptivo. Aturdido y bastante desconcertado.
-¿Qué sucede? -preguntó Carmelo escuchando las explosiones y disparos.
-Juraría que escuché disparos -respondió Aridane.
-No lo creo, Ari.
A Aridane le sonaba más a sonido de fuego, de llamas, ¿pero por qué disparaban sus compañeros? ¿Qué estaría sucediendo al otro lado?
Los enmascarados colocaron sus manos en una pared que era un cristal camuflado. En el interior se encontraba un hombre sentado en una silla frente a un escritorio. El explosivo explotó reventando el cristal engañoso que se hacía pasar por una pared en la sala de interrogatorios. El hombre al que habían venido a salvar ni se inmutó, era como si esperara que sus hombres vinieran a salvarlo. Es como si estuviera esperando ese momento, con un regocijo interior que lo colmaba en sus ojos sin rastro de sentimiento alguno.
Desde el interior del ascensor se escuchó la fuerte explosión provocando que se desestabilizara. Los dos hermanos se agarraron a las paredes preocupados. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Era una guerra? ¿Un atentado?
-¡Joder! -musitó Aridane enojado.
-¡Sú puta madre! -exclamó Carmelo preocupado.
-Tenemos que salir de aquí -apuró el hermano mayor.
-No lo dudes -dijo Carmelo mirando al techo de la ascensor donde se hallaba la trampilla. La única escapatoria reconocible.
Carmelo colocó las manos en forma de escalón para que Aridane subiera en ellas usándolas como punto de apoyo para abrir la trampilla del techo.
El hombre <<apodado el siniestro>> por los asesinatos cometidos salió al pasillo con sus hombres atravesando el pasillo disparando sus mortíferas bolas de fuego a todo agente de policía o guardia de seguridad que se les cruzaban por el camino.
Mientras los dos hermanos se habrían paso hacia el hueco de las ascensores. Treparon hasta el techo de la ascensor, Aridane abrió las puertas exteriores del ascensor con sú fuerza bruta viendo a los tres hombres huyendo por el pasillo.
-¡Los veo! -alertó.
-¿Los reconoces?
-Van tapados con máscaras.
Carmelo recordó lo sucedido la noche anterior.
-¡Han liberado al siniestro, joder! -exclamó Aridane endiablado.
Los enmascarados bajaron por las escaleras. Los dos hermanos salieron del hueco de las ascensores sorprendiéndose al ver los cadáveres de varios de sus compañeros de la comisaría tirados en el suelo.
-¡Hijos de puta!
Carmelo se agachó junto a uno de los heridos que tenía los ojos completamente inyectados en sangre, tuvo la serenidad necesaria para realización de la exploración: Tomó el pulso colocando dos dedos índice y medio en la arteria Carótida a ambos lados de la nuez. Sabía que no podía buscarlo con el dedo pulgar ya que se confundiría con su propio pulso.
-Nada… -dijo Carmelo negando con la cabeza confirmando que estaba muerto.
Aridane le buscó el pulso al otro mientras llamaba por el teléfono móvil a otra comisaría de policía.
-Manden hombres a la Supercomisaría -alarmó-, hay varios agentes muertos.
-Vale, ahora mismo se están desplazando las patrullas hacia allí -dijo la chica del Centro de coordinación de emergencias.
-¡Mierda! -chilló Aridane confirmando que ese también estaba muerto, no tenía señales de pulso.
Los dos se miraron con indignación y odio. Lo extraño era ver sus ropas quemadas si no había señal de haber habido fuego en los pasillos, pero olía a chamuscado y a humo; aunque las alarmas de incendio no se habían accionado. Todo era muy raro para sus mentes que trabajaban con lógica y las hipótesis rápidas no los llevaban a ninguna conclusión real.
-¡Joder! -exclamó Carmelo cogiendo sú arma.
Se escucharon más disparos provenientes de las escaleras que conducían al parking. Aridane miró por el hueco de las escaleras, los observó bajando a toda prisa.
-¡Están en las escaleras! -alarmó.
Aridane y Carmelo se aproximaron hacia allí, bajando los peldaños vieron a más compañeros tirados por las escaleras, muertos o vivos no había tiempo para obscurtarlos.
Los enmascarados iban en una furgoneta riendo, conducía el de la cara alegre, el de la mascara triste iba de copiloto mientras el rescatado iba detrás con los ojos completamente negros. Catatónico, sin marcas de sentimientos en su rostro de piel pálida. Gélido como un témpano. De piel árida y grisácea como la de un difunto.
Los dos hermanos salieron por la puerta, se posicionaron en el centro de la carretera con arma en mano esperando que detuvieran la furgoneta. Tuvieron que apartarse del centro de la carretera de un salto tras dispararle varios disparos o les atropellaban con la furgoneta. Otro agente escondido tras uno coche disparó. En el fuego cruzado una bala impactó en el pecho de Carmelo, el cual no llevaba chaleco antibalas porque no estaba de servicio.
-¡Mierda! -chilló Aridane hecho una furia.
Miró a su hermano aquejándose de un fuerte dolor en el pecho. Tenía sangre en las manos. Se estaba desangrando a causa de la bala perdida que había perforado sú tórax.
-¡Joder, cabrones de mierda! -Chilló Carmelo mordiéndose los labios del dolor.
-Tranquilo, hermano… -Aridane estaba demasiado preocupado-. Te vas a poner bien…, te lo prometo.
Carmelo depositó la mano sobre el brazo de sú hermano mayor y dijo sufriendo insoportables dolores:
-Cuida de Sara…
Carmelo quedó inconsciente y su hermano gritó:
-¡NOOOOO!
Arqueó la espalda de lado alzando el brazo derecho para disparar a la furgoneta en un gran grito lleno de ira. Mientras taponaba la herida con su mano izquierda para que no perdiera más sangre.
-¡Ahhhhh!
Pero fue inútil, tan solo le quedaron un par de agujeros en la puerta trasera mientras que la furgoneta salía de los aparcamientos rompiendo la barrera de seguridad.
-Lo siento… -musitó el otro agente con el rostro de culpabilidad-. Nunca imaginé…
-No hay tiempo para eso ahora, llama al uno-uno-dos.
El joven agente acabado de salir de la academia llamó a la central para pedir ayuda e informar del altercado. No paraba de temblar y pedir a Dios que no se muriera.
By José Damián Suárez Martínez
7 - Sor biblioteca y la fotografía escondida
A Sara le gustaba pasarse horas entre libros, rodeada del silencio relajado de las biblioteca Municipales, en especial la de La Plaza de Las Ranas. El olor a viejo, la impresión de antigüedad con los mismos muebles de toda sú historia.
-¿Cuántas personas habrán pasado por aquí? -preguntó ojeando un libro de brujería.
Un escalofrío recorrió todo sú cuerpo con la impresión de que la estaban observando. No se equivocó, la aparición era el espíritu de Sor biblioteca, la llamaba así porque vagaba sin rumbo fijo por todo el recinto.
-Hola, Sara… -saludó amablemente.
-¡Sor Biblioteca…
Se asustó cerrando el libro.
-Lo siento, no he podido venir mucho últimamente desde que me fui a vivir con mi novio Carmelo.
-Lo imaginaba… -dijo Sor Biblioteca ojeando el libro que había cerrado las tapas-, ¿Y qué lees hoy?
Sara le enseñó el libro:
-¡Yeidesëm! “El efecto de los entes espirituales sobre los humanos” ¿Tus obsesiones?
Tenía la piel pálida y las mejillas sonrosadas. Vestida con la vestimenta de los años 50 y de negro como toda una monja de esa época.
-Investigo…
Necesitaba encontrar respuestas, pero aquellos libros no le aclaraban nada.
-¿Crees qué el origen de esos escritos son de origen espiritual de los espíritus cómo yo? -preguntó Sor Biblioteca.
-Quiero ver diferentes hipótesis -respondió Sara.
-Tienes que ver el mundo desde tú punto de vista personal, muchos de estos escritores son simplemente eso imaginación y nada más.
-Gracias hermana, gracias -dijo viendo la luz a sus preguntas sin respuesta-.
Sor Biblioteca se dirigió a una de las puertas flotando en el aire atravesándola sin tener que abrirla. Ninguno de los habituales en la biblioteca la vio hablando sola, la verdad es que siempre se sentaba en una de las mesas más ocultas a los demás. Le gustaba la intimidad y la tranquilidad.
Tras esas palabras que le llegaron al corazón y que tanto esperaba escuchar decidió tomarse un respiro. Dejó el libro que estaba leyendo en la estantería de donde lo había cogido.
Bajó a la entrada principal, justo a sú derecha en el hueco de las escaleras se encontraba la máquina de café. Sacó una moneda de la maleta para introducirla en la ranura, tenía un leve antojo de azúcar, por lo cual presionó el botón del azúcar.
Las cosas que hacía no eran casualidad, eran una sucesión de pequeños actos que la conducían a un espíritu. Por lo cual estaba segura de que uno la estaba rondando.
Le entraron tremendas ganas de orinar, pero no le gustaba hacerlo en los cuartos de baño de la casa construida a finales de los cuarenta, así que se dirigió a los del Centro Comercial Monopol. Era conocido por todos en la isla por ser el segundo centro comercial del mundo después del Yumbo en San Bartolomé de Tirajana donde había ido muchas veces con Alondra.
Sara estaba mirándose al espejo y una chica la estaba mirando. Con la mirada vacía, con una expresión entre desconcierto y asombro. Moviendo la cabeza de un lado al otro como los perros cuando se intrigan con algún objeto.
-¿Te gusta mi cabello? -asentó Sara con la cabeza.
El espíritu no le contestó.
-¿Eh?, Debes de echar de menos arreglarte.
Continuó tanteándola con seriedad y Sara dijo:
-Debe de ser duro vivir así, en esencia, sin poder apreciar los sabores, aromas, tacto ni esas cosas de cuando una está vivita y coleando -Sara se sonrió-. Pero mucho peor es estar encerrada en un cuarto de baño público. Y dime… ¿Por qué te aferras a éste lugar? ¿Por qué continuas aquí? ¿Qué te pasó?
El espíritu señaló a un W.C.
-¿Ahí? -se extrañó señalando a la puerta-. ¿Qué te pasó ahí?
La guió hasta el W.C..
-¡Qué! -dijo señalando a un azulejo de la pared-. ¿Qué le pasa a ese azulejo?
Volvió a señalarle, todavía no había aprendido a comunicarse, seguramente debido a que las personas iban y venían al ser un lugar tan concurrido.
-¡Muy bien, vamos a ver lo que encontramos! -dijo Sara tocando el azulejo que cayó al suelo-. ¡vaya está suelto!
El espíritu alzó la mano como queriéndole decirle que introdujera la mano.
-¡Muy bien! -aceptó Sara disponiéndose a meter la mano.
Sara metió la mano sacando una foto tamaño carné. Un retrato de un fotomatón. Era ella con su novio. Eran felices, con un gran brillo en sus miradas, se les veía muy bien juntos. Élla permaneció mirándola y de repente alzó la vista como si hubiera visto algo que la inquietaba.
-¿Es la luz? -preguntó Sara.
El espíritu la miró sin saber a que se refería, pero se notaba en su mirada que se sentía atraída por aquella hermosa luz tan cálida a la par que serena.
-¿La luz? -volvió a insistir.
El espíritu de la chica afirmó con la cabeza.
-Llegó sú hora -pensó y añadió-, es hora de cruzar al otro lado.
-¡Gracias… -dijo la chica logrando pronunciar dirigiéndose a la luz-. ¡Gracias, de verdad!
El espíritu avanzó cruzando al otro lado. Dejando atrás aquel cuarto de baño femenino que se había convertido en su prisión día tras día.
Sara pensó que el amor era bonito mientras se sonreía alegremente.
-Pero hay veces que es mejor pasar página… -dijo guardando la foto tamaño carné en un maleta.
Tenía la extraña manía de guardar esas cosas hasta las que la guiaban los muertos.
Casi siempre las apariciones se daban en lugares específicos, casi siempre donde hay agua, espejos, cuando las luces parpadeaban o en lugares solitarios.
-¿Cuántas personas habrán pasado por aquí? -preguntó ojeando un libro de brujería.
Un escalofrío recorrió todo sú cuerpo con la impresión de que la estaban observando. No se equivocó, la aparición era el espíritu de Sor biblioteca, la llamaba así porque vagaba sin rumbo fijo por todo el recinto.
-Hola, Sara… -saludó amablemente.
-¡Sor Biblioteca…
Se asustó cerrando el libro.
-Lo siento, no he podido venir mucho últimamente desde que me fui a vivir con mi novio Carmelo.
-Lo imaginaba… -dijo Sor Biblioteca ojeando el libro que había cerrado las tapas-, ¿Y qué lees hoy?
Sara le enseñó el libro:
-¡Yeidesëm! “El efecto de los entes espirituales sobre los humanos” ¿Tus obsesiones?
Tenía la piel pálida y las mejillas sonrosadas. Vestida con la vestimenta de los años 50 y de negro como toda una monja de esa época.
-Investigo…
Necesitaba encontrar respuestas, pero aquellos libros no le aclaraban nada.
-¿Crees qué el origen de esos escritos son de origen espiritual de los espíritus cómo yo? -preguntó Sor Biblioteca.
-Quiero ver diferentes hipótesis -respondió Sara.
-Tienes que ver el mundo desde tú punto de vista personal, muchos de estos escritores son simplemente eso imaginación y nada más.
-Gracias hermana, gracias -dijo viendo la luz a sus preguntas sin respuesta-.
Sor Biblioteca se dirigió a una de las puertas flotando en el aire atravesándola sin tener que abrirla. Ninguno de los habituales en la biblioteca la vio hablando sola, la verdad es que siempre se sentaba en una de las mesas más ocultas a los demás. Le gustaba la intimidad y la tranquilidad.
Tras esas palabras que le llegaron al corazón y que tanto esperaba escuchar decidió tomarse un respiro. Dejó el libro que estaba leyendo en la estantería de donde lo había cogido.
Bajó a la entrada principal, justo a sú derecha en el hueco de las escaleras se encontraba la máquina de café. Sacó una moneda de la maleta para introducirla en la ranura, tenía un leve antojo de azúcar, por lo cual presionó el botón del azúcar.
Las cosas que hacía no eran casualidad, eran una sucesión de pequeños actos que la conducían a un espíritu. Por lo cual estaba segura de que uno la estaba rondando.
Le entraron tremendas ganas de orinar, pero no le gustaba hacerlo en los cuartos de baño de la casa construida a finales de los cuarenta, así que se dirigió a los del Centro Comercial Monopol. Era conocido por todos en la isla por ser el segundo centro comercial del mundo después del Yumbo en San Bartolomé de Tirajana donde había ido muchas veces con Alondra.
Sara estaba mirándose al espejo y una chica la estaba mirando. Con la mirada vacía, con una expresión entre desconcierto y asombro. Moviendo la cabeza de un lado al otro como los perros cuando se intrigan con algún objeto.
-¿Te gusta mi cabello? -asentó Sara con la cabeza.
El espíritu no le contestó.
-¿Eh?, Debes de echar de menos arreglarte.
Continuó tanteándola con seriedad y Sara dijo:
-Debe de ser duro vivir así, en esencia, sin poder apreciar los sabores, aromas, tacto ni esas cosas de cuando una está vivita y coleando -Sara se sonrió-. Pero mucho peor es estar encerrada en un cuarto de baño público. Y dime… ¿Por qué te aferras a éste lugar? ¿Por qué continuas aquí? ¿Qué te pasó?
El espíritu señaló a un W.C.
-¿Ahí? -se extrañó señalando a la puerta-. ¿Qué te pasó ahí?
La guió hasta el W.C..
-¡Qué! -dijo señalando a un azulejo de la pared-. ¿Qué le pasa a ese azulejo?
Volvió a señalarle, todavía no había aprendido a comunicarse, seguramente debido a que las personas iban y venían al ser un lugar tan concurrido.
-¡Muy bien, vamos a ver lo que encontramos! -dijo Sara tocando el azulejo que cayó al suelo-. ¡vaya está suelto!
El espíritu alzó la mano como queriéndole decirle que introdujera la mano.
-¡Muy bien! -aceptó Sara disponiéndose a meter la mano.
Sara metió la mano sacando una foto tamaño carné. Un retrato de un fotomatón. Era ella con su novio. Eran felices, con un gran brillo en sus miradas, se les veía muy bien juntos. Élla permaneció mirándola y de repente alzó la vista como si hubiera visto algo que la inquietaba.
-¿Es la luz? -preguntó Sara.
El espíritu la miró sin saber a que se refería, pero se notaba en su mirada que se sentía atraída por aquella hermosa luz tan cálida a la par que serena.
-¿La luz? -volvió a insistir.
El espíritu de la chica afirmó con la cabeza.
-Llegó sú hora -pensó y añadió-, es hora de cruzar al otro lado.
-¡Gracias… -dijo la chica logrando pronunciar dirigiéndose a la luz-. ¡Gracias, de verdad!
El espíritu avanzó cruzando al otro lado. Dejando atrás aquel cuarto de baño femenino que se había convertido en su prisión día tras día.
Sara pensó que el amor era bonito mientras se sonreía alegremente.
-Pero hay veces que es mejor pasar página… -dijo guardando la foto tamaño carné en un maleta.
Tenía la extraña manía de guardar esas cosas hasta las que la guiaban los muertos.
Casi siempre las apariciones se daban en lugares específicos, casi siempre donde hay agua, espejos, cuando las luces parpadeaban o en lugares solitarios.
By José Damián Suárez Martínez
6 - Día de hermanos
Nada más salir del Hospital Insular de Las Palmas, Carmelo acompañó a Sara la estación de guaguas de San Telmo donde se separaron. Élla tenía que hacer cosas y él tenía que ir a sú Neurólogo privado, el cual llevaba sú historial médico. Él sabía que estaba en buen estado, pero quería estar seguro ahora que seguramente iba a ser papá.
Sobre las diez y media de la mañana. Cuando terminaron de hacerle todas las pruebas llamó a sú hermano, el cual se desplazó hasta la calle de Tomás Miller para recogerlo. Aridane lo esperó sentado en el capó de sú coche escribiendo un mensaje desde sú teléfono móvil. El cielo estaba descapotado y hacía un calor que rajaba las piedras. Estaba preparado para estar fresquito y la verdad que las bermudas que tenía puestas le venían que ni pintadas. El calor en la Calle de Tomás Morales subía por instantes a pesar de que una ligera brisa de aire fresco lo enfriaba. Los pies los tenía apoyados sobre las sandalias de playa estirándose para coger un poco de color porque la verdad es que los tenía blancos de llevar siempre los zapatos. También llevaba una camisa de manga hueca negra que lo estaba asando y de sus axilas peludas fluían gotas de sudor.
De buenas a primeras bajó de la consulta del neurólogo sú hermano pequeño con las radiografías que le habían hecho la noche anterior. Vestía un pantalón vaquero, una blusa de manga corta de licra ajustada al cuerpo y unos botines deportivos. Tenía el pelo negro un poquito más largo ondulado que el de sú hermano mayor. Cejas largas y finas negras. Los ojos marrones más triangulados de mirada risueña. Con una leve sonrisa al ver a sú hermano mayor esperándolo.
Estaba realmente feliz, Aridane lo notó en la mirada de sú hermano pequeño. Pensó que era debido a que el Neurólogo le había dado buenas noticias. Pero no podía fiarse demasiado porque Carmelo sabía actuar de tal manera que nadie lo mirara con lástima.
-Hola -saludó Carmelo.
Aridane guardó el teléfono móvil en el bolsillo trasero de las bermudas con decoraciones florales.
-¿Qué fue hermanito? -dijo despeinándolo-. ¿Dónde dejaste el peine?
-He tenido bastantes emociones fuertes como para preocuparme de mi imagen -respondió Carmelo.
-Yo por lo menos no tengo novia -replicó Aridane.
- ¡Me encanta Sara! -suspiró-, hoy comenzamos a buscar al niño. Follamos como locos en el baño de la habitación del hospital
-¡Estás loco! -inquirió sú hermano mayor.
-¿Qué te molesta tanto de Sara?
-A mi nada -contestó Aridane estirándose mientras bostezaba.
No había dormido la noche anterior, lo intentó pero la silla era súper incómoda y no podía estirar los pies. Le impedía coger el sueño la máquina de la respiración asistida del paciente ingresado en la cama colindante a la de sú hermano pequeño. Él sí que durmió como un lirón, seguramente que acostumbrado después del medio año que pasó ingresado debido al tumor cerebral.
-¿Entonces?
-Pues, ¿tú qué crees? -Explicó Aridane como la veía desde sú punto de vista-. Es que llevas poco tiempo con ella, hiciste hasta lo imposible para sacarla de ese orfanato, te la llevas a vivir contigo y ahora la dejas preñada. ¿te parece poco? Lo siento por decirte esto, pero es un poco ligerilla.
Notó que había hablado más de la cuenta y no quería discutir con sú hermano pequeño. Ya había pasado lo suyo y si era feliz con ella no era nadie para opinar. Por eso añadió:
-¿Nos vamos?
-¿No quieres saber que me dijo el neurólogo? -dijo Carmelo cambiando el tema de conversación.
-¿Qué te dijo?
-Nada, lo mismo se siempre… -respiró hondo-, dice que me quedan meses de vida.
Desde hacía unos días se sentía muy bien y tenía entendido que antes de fallecer el enfermo nota una mejoría. No era sú caso. Lo esperaba porque ahora quería vivir al máximo aunque fuera lo suficiente para hacer realidad el sueño de ser padre. Era lo que le daba una nueva razón de vida.
-Pero te sientes bien, ¿no, hermano?
-Sé que un día me iré, pero no por ahora…
-Pero todavía nos queda encontrar la razón de los asesinatos y todas esas desapariciones sin más.
-Creo que lo sé… - Carmelo quedó a medias pensativo-.
Los dos hermanos se miraron.
-Oye… -musitó Camelo-. Cuando pase lo que tenga que pasar y yo no esté espero que cuides de Sara.
-Tranquilo, Carmelo, no seas pesimista -dijo Aridane con un nudo en la garganta-. Te queda mucha lucha que dar todavía.
-Sabes que puede pasar y tienes que estar preparado -advirtió Carmelo.
Los dos hermanos subieron en el coche de Aridane, un Subaru Impreza de color azul metálico medio tuneado. Encendió la radio antes de encender el contacto. Revisó que el retrovisor interior estuviera centrado y se puso el cinturón de seguridad. Sú hermano pequeño ya lo tenía puesto.
-Con ustedes Marcos Martín, de Radio actualidad, donde damos las noticias sucedidas en las siete islas Canarias- Interrumpimos vuestra música favorita para hablar sobre el intento de asesinato de un agente de la policía nacional ayer en el interior del parking de San Telmo…
Carmelo apagó la radio, no quería recordar lo sucedido el día anterior y no le convenía que Aridane le hiciera más preguntas.
-¿Recuerdas a los cabrones que te atacaron? -preguntó Aridane.
-No les ví los rostros -respondió Carmelo.
A Aridane le extrañaba que lo atacaran con los rostros tapados con máscaras simbológicas y que atentarán contra sú vida.
-Recuerdo que dijeron algo sobre siniestro…
-¿Crees qué son sus matones? -preguntó Aridane.
-Me imagino que sí -Contestó Carmelo sacando el brazo izquierdo por fuera de la ventana del coche tras ponerse las gafas de sol.
Tras unos minutos Aridane se puso en la autopista y rápidamente llegaron a la zona de Santa Catalina. Los transeúntes , moros, chinos, Coreanos, Rusos y suramericanos se habían adueñado de las calles y negocios. Ya no se conformaban con montar tiendas de todo tipo de artículos y locutorios. Sino que ahora se atrevían con restaurantes y tiendas de ropa. Pero la mayoría cutres.
Aridane condujo hasta el parking de la calle Tomás Miller conocida porque antiguamente estuvo la discoteca Estrada ya que buscar un aparcamiento a esas horas en la calle era un imposible en Las Palmas capital. Salieron del coche solamente cogiendo las toallas echándoselas al hombro como si fueran perchas.
El teléfono estaba conectado a una red especial de la policía y era un nueve dos ocho, como un número fijo y podía llamar a cualquier persona. Lo mejor de sú trabajo como criminólogo era poder llamar y que la llamada las pagara el ayuntamiento. Le daba toques a Sara para que supiera que la echaba de menos. Seguramente estaba entretenida porque no le hacía ninguna señal.
Se dirigieron a pie hasta el paseo marítimo de Las Canteras que era larga, lo primero que encontraron fue una plazoleta a pie de playa. El paseo estaba lleno de hoteles, apartamentos, bares, restaurantes y terrazas a medio llenar a causa de la crisis mundial. La cosa había bajado pero las personas seguían disfrutando del café, el refresco y los paseos para desconectar de la vida cotidiana.
Los dos hermanos se mezclaron entre los transeúntes, todo tipo de personas, Canarios y extranjeros haciéndose fotos para el recordatorio de que habían estado en esa maravillosa ciudad. Por el resto del paseo de punta a punta podían encontrarse desde músicos hasta grandes monumentos de arena recubiertos de cal para que no sufrieran la erosión del viento que los destrozaría.
Se dirigieron a la puntilla, donde preferían situarse, la zona más tranquila y familiar.
Carmelo permaneció sentado en la arena mirando al horizonte y a los bañistas mientras hundía los dedos de sus pies en la arena. A los chicos que jugaban al fútbol, a las chicas que conversaban en grupo y a los viandantes paseando por la avenida marítima. Estaba sin blusa mostrando sus pectorales y su formado torso. Con el pantalón vaquero aun puesto y sin dejar de pensar en Sara.
Aridane salió del agua alegremente, cogiendo la cerveza fría que habían comprado en uno de los comercios de la Avenida marítima. Estaba sediento a causa del agua salada y le gustaba el sabor de la cebada con el sabor salado de sus labios todavía húmedos. Le recordaba el sabor de las pastillas de goma saladas.
-¿Qué piensas? -preguntó Aridane esperando a cercarse de cuclillas a la derecha de sú hermano.
-En como será el más allá…
-Coño, Carmelo, pregúntale a tú novia.
-Solo ve espíritus.
Aridane se sentó sobre sú propia toalla.
-Coño, tío… -miró a sú hermano pequeño e inquirió-, ¿no dice que se van? ¿Y no ve más allá del túnel?
-Élla ve como se van, pero no logra ver el otro lado.
Aridane respiró hondo:
-¡Vaya mierda entonces!
-Dice que cuando se acercan a la luz son felices y se reúnen con sus seres queridos que vienen a recogerlos.
-¡Qué chungo tiene que ser eso!
-Tranquilo, yo lo descubriré primero que tú seguramente. -Carmelo Se sonrió-. Le dije a Sara que cuando muera intentaré darle una señal de que soy feliz.
-Deja de pensar en esas cosas…
A Aridane le molestaba bastante que sú hermano hablara de la muerte y de cuando le tocara acabar sus días.
-Quiero prepararme y creo que ya lo estoy. No tengo miedo a la muerte.
-¡Deja de decir gilipolleces! -Inquirió Aridane-, ¿Piensas así sabiendo que vas a ser padre?
-¡Claro que sí hermano! -dijo Carmelo-, finalmente voy a ser padre antes que tú con lo putañero que eres.
-¿Y por qué no piensas de otra manera ahora? -dijo mientras se prendía un cigarro rubio-. ¿Cómo lograste convencerla para que tengan un hijo?
-No quería que se quedara embarazada tan pronto -confesó Carmelo bajando la mirada.
-¡No estás preparado para ser padre, entonces! -Inquirió Aridane-. ¿Si no querías porqué lo hicieron?
-Al principio me daba cosa tener un hijo simplemente para amarrarla a mi -dijo Carmelo mirando a la barra natural que mantenía la marea en calma-, la verdad es que es una locura haberla dejado embarazada ahora que tan solo llevamos tres meses juntos, pero es que me gusta y me apetecía el fleje.
-Porque yo no tengo piba, porque si no tendría hijos fijo -Confesó Aridane-. La verdad que yo estaría igual que tú porque Sara está de puta madre.
-¿No decías que no era tú tipo?
-Y no lo es, pero está buena.
-Te confieso que jamás y nunca me la había follado con esa intensión -le confesó a sú hermano mayor.
La playa estaba más llena de lo que parecía a simple vista.
-Y dime ¿Está bien eso de tener una novia vidente? -preguntó Aridane en tono morbosillo y burlón.
-¡No es vidente, bruto! Se le dice espiritista.
-Eso médium.
-¡No! -chilló Carmelo en tono alegre-. No te enteras, los Médiums entran en contacto con los espíritus por medio de las OUIJAS y son poseídos por voluntad propia. En cambio los espiritistas como Sara ven y hablan con éllos cara a cara entablando una conversación como tú y yo.
Aridane no podía creer eso de que Sara fuera una espiritista de esas, pero era raro ver a sú hermano tan seguro. Si le hacía feliz creer en esas cosas pues él lo aceptaba.
By José Damián Suárez Martínez
Sobre las diez y media de la mañana. Cuando terminaron de hacerle todas las pruebas llamó a sú hermano, el cual se desplazó hasta la calle de Tomás Miller para recogerlo. Aridane lo esperó sentado en el capó de sú coche escribiendo un mensaje desde sú teléfono móvil. El cielo estaba descapotado y hacía un calor que rajaba las piedras. Estaba preparado para estar fresquito y la verdad que las bermudas que tenía puestas le venían que ni pintadas. El calor en la Calle de Tomás Morales subía por instantes a pesar de que una ligera brisa de aire fresco lo enfriaba. Los pies los tenía apoyados sobre las sandalias de playa estirándose para coger un poco de color porque la verdad es que los tenía blancos de llevar siempre los zapatos. También llevaba una camisa de manga hueca negra que lo estaba asando y de sus axilas peludas fluían gotas de sudor.
De buenas a primeras bajó de la consulta del neurólogo sú hermano pequeño con las radiografías que le habían hecho la noche anterior. Vestía un pantalón vaquero, una blusa de manga corta de licra ajustada al cuerpo y unos botines deportivos. Tenía el pelo negro un poquito más largo ondulado que el de sú hermano mayor. Cejas largas y finas negras. Los ojos marrones más triangulados de mirada risueña. Con una leve sonrisa al ver a sú hermano mayor esperándolo.
Estaba realmente feliz, Aridane lo notó en la mirada de sú hermano pequeño. Pensó que era debido a que el Neurólogo le había dado buenas noticias. Pero no podía fiarse demasiado porque Carmelo sabía actuar de tal manera que nadie lo mirara con lástima.
-Hola -saludó Carmelo.
Aridane guardó el teléfono móvil en el bolsillo trasero de las bermudas con decoraciones florales.
-¿Qué fue hermanito? -dijo despeinándolo-. ¿Dónde dejaste el peine?
-He tenido bastantes emociones fuertes como para preocuparme de mi imagen -respondió Carmelo.
-Yo por lo menos no tengo novia -replicó Aridane.
- ¡Me encanta Sara! -suspiró-, hoy comenzamos a buscar al niño. Follamos como locos en el baño de la habitación del hospital
-¡Estás loco! -inquirió sú hermano mayor.
-¿Qué te molesta tanto de Sara?
-A mi nada -contestó Aridane estirándose mientras bostezaba.
No había dormido la noche anterior, lo intentó pero la silla era súper incómoda y no podía estirar los pies. Le impedía coger el sueño la máquina de la respiración asistida del paciente ingresado en la cama colindante a la de sú hermano pequeño. Él sí que durmió como un lirón, seguramente que acostumbrado después del medio año que pasó ingresado debido al tumor cerebral.
-¿Entonces?
-Pues, ¿tú qué crees? -Explicó Aridane como la veía desde sú punto de vista-. Es que llevas poco tiempo con ella, hiciste hasta lo imposible para sacarla de ese orfanato, te la llevas a vivir contigo y ahora la dejas preñada. ¿te parece poco? Lo siento por decirte esto, pero es un poco ligerilla.
Notó que había hablado más de la cuenta y no quería discutir con sú hermano pequeño. Ya había pasado lo suyo y si era feliz con ella no era nadie para opinar. Por eso añadió:
-¿Nos vamos?
-¿No quieres saber que me dijo el neurólogo? -dijo Carmelo cambiando el tema de conversación.
-¿Qué te dijo?
-Nada, lo mismo se siempre… -respiró hondo-, dice que me quedan meses de vida.
Desde hacía unos días se sentía muy bien y tenía entendido que antes de fallecer el enfermo nota una mejoría. No era sú caso. Lo esperaba porque ahora quería vivir al máximo aunque fuera lo suficiente para hacer realidad el sueño de ser padre. Era lo que le daba una nueva razón de vida.
-Pero te sientes bien, ¿no, hermano?
-Sé que un día me iré, pero no por ahora…
-Pero todavía nos queda encontrar la razón de los asesinatos y todas esas desapariciones sin más.
-Creo que lo sé… - Carmelo quedó a medias pensativo-.
Los dos hermanos se miraron.
-Oye… -musitó Camelo-. Cuando pase lo que tenga que pasar y yo no esté espero que cuides de Sara.
-Tranquilo, Carmelo, no seas pesimista -dijo Aridane con un nudo en la garganta-. Te queda mucha lucha que dar todavía.
-Sabes que puede pasar y tienes que estar preparado -advirtió Carmelo.
Los dos hermanos subieron en el coche de Aridane, un Subaru Impreza de color azul metálico medio tuneado. Encendió la radio antes de encender el contacto. Revisó que el retrovisor interior estuviera centrado y se puso el cinturón de seguridad. Sú hermano pequeño ya lo tenía puesto.
-Con ustedes Marcos Martín, de Radio actualidad, donde damos las noticias sucedidas en las siete islas Canarias- Interrumpimos vuestra música favorita para hablar sobre el intento de asesinato de un agente de la policía nacional ayer en el interior del parking de San Telmo…
Carmelo apagó la radio, no quería recordar lo sucedido el día anterior y no le convenía que Aridane le hiciera más preguntas.
-¿Recuerdas a los cabrones que te atacaron? -preguntó Aridane.
-No les ví los rostros -respondió Carmelo.
A Aridane le extrañaba que lo atacaran con los rostros tapados con máscaras simbológicas y que atentarán contra sú vida.
-Recuerdo que dijeron algo sobre siniestro…
-¿Crees qué son sus matones? -preguntó Aridane.
-Me imagino que sí -Contestó Carmelo sacando el brazo izquierdo por fuera de la ventana del coche tras ponerse las gafas de sol.
Tras unos minutos Aridane se puso en la autopista y rápidamente llegaron a la zona de Santa Catalina. Los transeúntes , moros, chinos, Coreanos, Rusos y suramericanos se habían adueñado de las calles y negocios. Ya no se conformaban con montar tiendas de todo tipo de artículos y locutorios. Sino que ahora se atrevían con restaurantes y tiendas de ropa. Pero la mayoría cutres.
Aridane condujo hasta el parking de la calle Tomás Miller conocida porque antiguamente estuvo la discoteca Estrada ya que buscar un aparcamiento a esas horas en la calle era un imposible en Las Palmas capital. Salieron del coche solamente cogiendo las toallas echándoselas al hombro como si fueran perchas.
El teléfono estaba conectado a una red especial de la policía y era un nueve dos ocho, como un número fijo y podía llamar a cualquier persona. Lo mejor de sú trabajo como criminólogo era poder llamar y que la llamada las pagara el ayuntamiento. Le daba toques a Sara para que supiera que la echaba de menos. Seguramente estaba entretenida porque no le hacía ninguna señal.
Se dirigieron a pie hasta el paseo marítimo de Las Canteras que era larga, lo primero que encontraron fue una plazoleta a pie de playa. El paseo estaba lleno de hoteles, apartamentos, bares, restaurantes y terrazas a medio llenar a causa de la crisis mundial. La cosa había bajado pero las personas seguían disfrutando del café, el refresco y los paseos para desconectar de la vida cotidiana.
Los dos hermanos se mezclaron entre los transeúntes, todo tipo de personas, Canarios y extranjeros haciéndose fotos para el recordatorio de que habían estado en esa maravillosa ciudad. Por el resto del paseo de punta a punta podían encontrarse desde músicos hasta grandes monumentos de arena recubiertos de cal para que no sufrieran la erosión del viento que los destrozaría.
Se dirigieron a la puntilla, donde preferían situarse, la zona más tranquila y familiar.
Carmelo permaneció sentado en la arena mirando al horizonte y a los bañistas mientras hundía los dedos de sus pies en la arena. A los chicos que jugaban al fútbol, a las chicas que conversaban en grupo y a los viandantes paseando por la avenida marítima. Estaba sin blusa mostrando sus pectorales y su formado torso. Con el pantalón vaquero aun puesto y sin dejar de pensar en Sara.
Aridane salió del agua alegremente, cogiendo la cerveza fría que habían comprado en uno de los comercios de la Avenida marítima. Estaba sediento a causa del agua salada y le gustaba el sabor de la cebada con el sabor salado de sus labios todavía húmedos. Le recordaba el sabor de las pastillas de goma saladas.
-¿Qué piensas? -preguntó Aridane esperando a cercarse de cuclillas a la derecha de sú hermano.
-En como será el más allá…
-Coño, Carmelo, pregúntale a tú novia.
-Solo ve espíritus.
Aridane se sentó sobre sú propia toalla.
-Coño, tío… -miró a sú hermano pequeño e inquirió-, ¿no dice que se van? ¿Y no ve más allá del túnel?
-Élla ve como se van, pero no logra ver el otro lado.
Aridane respiró hondo:
-¡Vaya mierda entonces!
-Dice que cuando se acercan a la luz son felices y se reúnen con sus seres queridos que vienen a recogerlos.
-¡Qué chungo tiene que ser eso!
-Tranquilo, yo lo descubriré primero que tú seguramente. -Carmelo Se sonrió-. Le dije a Sara que cuando muera intentaré darle una señal de que soy feliz.
-Deja de pensar en esas cosas…
A Aridane le molestaba bastante que sú hermano hablara de la muerte y de cuando le tocara acabar sus días.
-Quiero prepararme y creo que ya lo estoy. No tengo miedo a la muerte.
-¡Deja de decir gilipolleces! -Inquirió Aridane-, ¿Piensas así sabiendo que vas a ser padre?
-¡Claro que sí hermano! -dijo Carmelo-, finalmente voy a ser padre antes que tú con lo putañero que eres.
-¿Y por qué no piensas de otra manera ahora? -dijo mientras se prendía un cigarro rubio-. ¿Cómo lograste convencerla para que tengan un hijo?
-No quería que se quedara embarazada tan pronto -confesó Carmelo bajando la mirada.
-¡No estás preparado para ser padre, entonces! -Inquirió Aridane-. ¿Si no querías porqué lo hicieron?
-Al principio me daba cosa tener un hijo simplemente para amarrarla a mi -dijo Carmelo mirando a la barra natural que mantenía la marea en calma-, la verdad es que es una locura haberla dejado embarazada ahora que tan solo llevamos tres meses juntos, pero es que me gusta y me apetecía el fleje.
-Porque yo no tengo piba, porque si no tendría hijos fijo -Confesó Aridane-. La verdad que yo estaría igual que tú porque Sara está de puta madre.
-¿No decías que no era tú tipo?
-Y no lo es, pero está buena.
-Te confieso que jamás y nunca me la había follado con esa intensión -le confesó a sú hermano mayor.
La playa estaba más llena de lo que parecía a simple vista.
-Y dime ¿Está bien eso de tener una novia vidente? -preguntó Aridane en tono morbosillo y burlón.
-¡No es vidente, bruto! Se le dice espiritista.
-Eso médium.
-¡No! -chilló Carmelo en tono alegre-. No te enteras, los Médiums entran en contacto con los espíritus por medio de las OUIJAS y son poseídos por voluntad propia. En cambio los espiritistas como Sara ven y hablan con éllos cara a cara entablando una conversación como tú y yo.
Aridane no podía creer eso de que Sara fuera una espiritista de esas, pero era raro ver a sú hermano tan seguro. Si le hacía feliz creer en esas cosas pues él lo aceptaba.
By José Damián Suárez Martínez
5 - ¿Crees en la magia?
Carmelo miró a la cortina que lo ocultaba de la vista de las cama colindante con un paciente en peor estado que él. Seguramente estaba ocupando una plaza en planta que podría haber sido ocupada por alguna persona con mayor gravedad. ¿Qué demonios hacía allí?
Primero permitió que sú hermano Aridane echara de malas maneras a Sara y, ahora, era la primera cara que quería ver al despertar.
-Creo que me pasé con Sara -murmuró.
A través de la cortina pudo ver a una mujer atractiva mirándolo con recelo, le dio la impresión de que lo estaba vigilando lo que ellos hablaban sentada junto a la persona que acompañaba. Sería algún familiar.
Carmelo la miró.
-No soporto los hospitales. Seguramente, es porque me he pasado muchas horas metido aquí, ¿no?
La mujer se limitó a mirarlo sonriéndose con una expresión despiadada.
-¿Es un familiar? -preguntó-. Es bueno despertar y tener a la persona que nos importa al lado. Pero yo soy un idiota descuidado, porque permití que mi hermano echara a la mujer que amo y no tuve el valor de pedirle que se quedara a mi lado… No sé porque soy tan gilipollas. Voy a tener que pedirle perdón. No puedo despertar sin tenerla a mi lado como estos tres meses.
Para no parecer un inútil, se levantó poniéndose en pie, buscó las zapatillas que le había traído sú hermano mayor. Se estaba meando y se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara. Puso la mano en el tirador de la puerta y apareció Sara abriendo la puerta que daba al pasillo bullicioso del hospital Insular. Estaba demasiado arreglada, con el vestidito corto amarillo que tanto lo excitaba, los zapatos de tacón a juego y el cabello con espuma del aroma a frutas que tanto le agradaba. Con ella traía un bolso seguramente con ropa limpia para cambiarse, la verdad es que ella siempre era previsora y él tenía ganas de ponerse ropa limpia, no aquel pijama azul de cien por cien algodón a juego con las zapatillas de tela.
-Carmelo, esperaba encontrarte dormido.
-Para nada -dijo con una sonrisa de cara iluminada de la alegría.
Sara se sonrió y se saludaron con un beso en los labios.
-Entonces , es que yo, soy la que llega tarde cómo siempre. te traje algo de ropa por si quieres cambiarte y… -se interrumpió al ver a aquella mujer de mirada siniestra que asomó la cabeza a la esquina de la pared para observarla-. ¿Quién es esa mujer?
-No tengo ni idea -le aclaró-. Estaba ahí cuando desperté, seguramente es familiar o algo de mi compañero de habitación. En cuanto a lo que pasó anoche… yo… Es que mi hermano se pone a la defensiva cuando sabe que yo puedo volver a sufrir un ataque debido al tumor que tengo como un parásito en mi cerebro. No se separó en toda la noche de mi lado y ya por la mañana le dije que se fuera a descasar. Pero tan cabezudo es que se fue a trabajar -Explicó- Está obsesionado con encontrar a los tíos que me atacaron y pusieron el explosivo en el coche.
Se detuvo al darse cuenta de que estaba hablando más de la cuenta y siempre fue poco hablador, prefería escuchar a los demás. Por eso se metió en la policía tras pasar los dos años de especialización en la península. No se había esforzado tan duro para nada, por eso entendía que sú hermano Aridane se involucrara tanto en el caso.
Carmelo jamás y nunca le había dado tantas vueltas a las cosas… excepto, evidentemente, desde que empezó sú relación con Sara Mcnamara..
¿Sería porque ella se convertiría en la madre de sus hijos a sabiendas de que podrían heredar su tumor cerebral?
-¿Quiéres saber la verdad de todo lo que pasó ayer?
¿Lo que pasó ayer? ¿De qué verdad hablaba sú novia? Habían tantas incoherencias en sú historial familiar, que era lo que tanto llamaba sú atención. Padres fallecidos en un accidente de coche, hermanos que la abandonaron en un orfanato para después darse a la fuga, desapareciendo.
-En mi vida hay cosas que no tienen mucha explicación…
-¡Ah, sí, dímelo a mí! -pensó Carmelo.
Sintió una gran curiosidad. Claro, sí, ella seguro que sabía más de lo que decía acerca del asesinato de sus padres.
-Si quieres, me pego una ducha rápida, estoy sudando como un perro -comentó Carmelo.
-¿No quieres saberlo? -preguntó sorprendida.
Sú conocimiento sobre ella, le gustaba que estuviera encima y le hiciera preguntas pesadas.
-Claro que quiero -contestó él-. Prefiero darme una ducha y, así, me puedo quitar este pijama horroroso. He pasado una mala noche. La verdad es que, si hubieras estado a mi lado y te hubiera visto nada más abrir los ojos como en casa cada mañana sería diferente porque te necesito.
¿Siempre tan bueno y cariñoso? Sara no lo dudaba, la sensación de felicidad que la invadió al oír sus palabras lograron ponerla cachondona. Más cachonda que la primera vez que se entregó a él.
Sara se dirigió a la cama de Carmelo observando a la mujer que la había mirado, estaba con un hombre conectado a un par de máquinas y una de ellas era la de respiración asistida. Y la saludó.
-Hola… -saludó Sara con una expresión de lástima.
Se entretuvo sacando las piezas de ropa de la maleta mientras Carmelo estaba en el baño. Miró a través del ventanal, era una puerta con cristaleras. Era fácil de abrir si se metía una tijera en el cuadrado de la cerradura arrancada. Pensó en lo mal que tuvo que pasarlo el pobre cuando se pasó tanto tiempo ingresado debatiéndose entre la vida y la muerte.
-Cuanto tuvo que sufrir… -respiró hondo-, El pobre…
Carmelo interrumpió sus pensamientos:
-¿Me vas a traer la ropa o no?
-Sí, claro -dijo Sara viéndolo asomando desde la puerta del baño-. Estaba esperando que me avisaras.
Élla se dirigió a la puerta dándole la ropa sin pasar.
-Si quieres, puedes pasar, nos damos un par de besitos y hablamos aquí mientras me ducho -dijo Carmelo sonriendo.
-¿Me estás buscando? -preguntó en tono coqueto y de sorpresa.
-¡No sabes cuanto! -Arguyó Carmelo atrayéndola de la cintura hacia el interior del cuarto de baño entre besos desenfrenados.
Sara cerró la puerta y continuaron besándose hasta que el trasero respingón de éste terminó chocando contra el lavamanos y se rieron.
-¿Qué te apetece hacer? -preguntó Carmelo-. Pide por esa boquita.
Vaya beso. Él tenía los labios humedecidos. Élla impregnado de pintalabios. No importaban más que el efecto desenfrenado de sus lenguas y el tacto de sus cuerpos.
-Tenemos que hablar -contestó ella poniéndose seria.
-¡Muy bien! -pensó para sí mismo dándose un canto en el pecho-. Te noto rara desde que pasó lo de ayer.-comentó-. ¿Qué te preocupa?
Le gustaba la mirada retante que ponía Carmelo cada vez que se cruzaba de brazos y respiraba hondo.
-Lo que soy -contestó.
Tres palabras como siempre. Está molesta. Carmelo se dijo que seguramente sú madre la había vuelto loca con sus manías de querer tener la casa llena de nietos. ¿Es qué no tenía suficiente con los hijos de sus hermanas, Jantima y Paula?
-Soy una bruja -dijo Sara.
Acto seguido, se viró para rebuscar dentro de la maleta donde había traído la ropa de éste.
¡Qué buena está!
Normal que se hubiera enamorado de una adolescente.
Carmelo intentó mantener la mente en blanco.
No era fácil porque estaba loco por sus caderas y sú cuerpecito delgaducho. Por no hablar de sú carácter y sú temperamento. Qué suerte. Carmelo estaba acostumbrado a mantener relaciones estables, pero desde la primera vez que la vio supo que quería casarse con ella.
-Perdona por no haberte contado toda la verdad, es que me daba miedo tú reacción y prefería contártelo yo a que lo descubrieras -se disculpó Sara mientras buscaba el arma que había sido heredado de sus antepasados.
Carmelo frunció el entrecejo, bajó la tapa de la vasija y se sentó encima. Esperó una explicación, pero se hacía una luz sobre la duda que tuvo desde un principio, seguro que le iba a confesar quien cometió el asesinato de sus padres.
-Aquí está -anunció Sara sacando una daga del interior de la maleta, lo tenía bien guardado-.
-¿Qué haces con eso? -preguntó Carmelo esperando la explicación con mayor interés.
Carmelo clavó sú atención en la daga de cristal. Como de resina con burbujas en sú interior. El intrincado objeto era una daga de mago.
La parte investigadora de él quería interrogarla, pero quería que ella le dijera todo lo que sabía por propia voluntad. Creía en el libre albedrío. Lo de que pensara que era una bruja le importaba una mierda. Ni siquiera que hiciera la tabla OUIJA con sus compañeras de orfanato.
Sara lo miró a los ojos a través de la famosa daga. Se sonrió sentándose sobre sus muslos.
-¿Has creído alguna vez en la magia?, que conste que yo no creía y mucho menos en que alguien tuviera un cometido ó destino predestinado -le dijo-. Veo espíritus, pero no estoy loca.
Carmelo no contestó, sabía que si lo hacía la iba a hacer sentir mal. Decidió entenderla, acariciarla y pensar que solo estaba intentando llamar sú atención. Talvez era la imaginación que le jugaba malas pasadas.
Ambos se miraron a los ojos en silencio. Un silencio casi corrosivo.
-¿Qué pensarías si te dijera qué los espíritus vienen a mi para que les ayude a avanzar? -inquirió Sara-.¡Sí, vienen a mi! La mayoría de las veces en sueños. Donde me muestran retazos de sus vidas, lo que les pasó o me dan explicaciones.
-No creo en esas cosas -contestó-. Casi me considero un Cristiano cabreado con lo divino.
-Bien, da igual -dijo Sara-. Eres Policía. No sé por qué no crees en la magia, pero existe. Están más que comprobados los hechos paranormales y casos imposibles de resolver. Las videntes, los Médiums , muchos son los que han colaborado con la policía y gracias a esas personas especialmente sensitivas han logrado cerrar muchos casos sin resolver. Mi padre era también sensible, tenía un don. Sé que no quieres ver las cosas o que intentas engañarte, pero todas las desapariciones están conectadas a la maldición de mi familia.
-¿Por qué piensas eso?
Tenía la verdad delante, pero no la quería ver. ¿Qué es lo que sabe? Realmente quería saber más de sú pasado trágico. Ahora tenía la oportunidad, Sara se estaba abriendo y estaba a punto de confesar todo lo que escondía muy dentro.
- ¿Por qué crees qué no nos dañó la explosión? -preguntó respondiéndole-. No tengo ese don hace mucho tiempo, solo sucede sin más. Si no lo hubieras visto no te diría nada, habría dicho que fue casualidad o un milagro. Sin embargo, ahora sabes lo que se oculta dentro de mi. Envolviéndome, haciendo mi carácter tan especial. Desde niña jugaba con los espíritus de niños y ahora en la adolescencia me piden cosas. Cuando empezó toda esta locura de los asesinatos solo pensé que debía ocultar lo que sabía. Solo sé que te amo por como eres. Por tú bondad, tú carácter y por lo bien que me tratas. No sé exactamente que es la historia que envuelve a mi familia, pero sé que el destino nos unió. Tal vez sea porque juntos tenemos un futuro.
Se mantuvo en silencio, mientras veía como él cogía la daga entre sus manos palpándola y observándola al detalle; de manera exhaustiva.
-¿Y bien? -preguntó-. ¿Por qué crees qué el destino te llevó a mi? ¿no son más que concluyentes los casos de fallecimientos sin explicación?
-Mi trabajo me hace pensar que no hay nada sobrenatural y los asesinatos son obra de humanos dementes -dijo Carmelo-. ¿Por qué crees en esas cosas?
-Lo siento… -musitó Sara avergonzadamente.
Carmelo hubiera deseado no ser tan coherente, pero había dejado la fantasía y sú imaginación al servicio de la ley, ya no pensaba como un niño. No tenía la capacidad de creer en historias fantásticas.
-La magia -dijo recordando la película de Harry Potter que fue a ver con sus sobrinos las navidades pasadas-. Mi mente ya no da para fantasear, ni siquiera imagino quitándote la ropa. A mi edad los tíos pasamos a la acción y punto. Para los niños de mi generación… nos conformábamos con leer comic´s de los X-men y los Power Ranger. Incluso Dragon Ball Z. Esos eran imaginativos, siempre quise ser un Power Ranger.
-¿Y crees qué eso es la magia verdadera?
-No -respondió empezando a excitarse de tenerla sentada encima-. No creo en la magia, no como puedas creer tú. Para mi la magia es obra del diablo. Dones así como tú los llamas es como si una persona fuera Dios. Pero creo que ayer en aquel parking cuando estábamos juntos pasó algo inexplicable, el que no lo sé. Pero sí, sé que esta historia entre los dos fue muy rápida y tal vez eres todavía un poco infantil. No me importa que creas en esas cosas, pero de creer a pensar que eres especial… eso sí que me preocupa. Las chicas como tú tienen que vivir la vida, pero en vez de querer divertirte como las otras eres rara y siempre te la pasas metida en la biblioteca y no quieres ir al instituto a estudiar. Prefieres ser una ama de casa.
Se interrumpió al darse cuenta de que a lo mejor eso era lo que quería ella, ser madre y quedarse en casa cuidando de sú familia.
-Perdón -dijo Carmelo-. ¿A qué viene todo esto?
Sara veía que sú novio no estaba por la labor de creer sú historia familiar.
-Lo cierto es que si tú crees en la magia yo creo en ti. Si eres espiritista me importa una mierda y si tienes poderes también. Pero para probarlo tienes que exhibirlos. No puedes decirlo sin demostrarlo. Eres mi novia y te quiero y quiero pasar el resto de mi vida a tú lado… -se entristeció-, …aunque no sea mucho lo que me quede. No quiero ser negativo, pero mi enfermedad es una realidad y no podemos obviarlo. Sé que siempre has querido tener hijos y yo me muero por tenerlos. Pero puedo aceptar que tengas miedo por si heredan el tumor que tengo alojado en mi cerebro. Un tumor que poco a poco me va deteriorando y provoca que mis músculos fallan cuando me estreso. Pero a lo que voy, si tus padre fallecieron a causa de algo tan inexplicable tiene que ser así como tú me lo digas. Desde siempre he sabido que tú sabías lo que ocurrió aunque no lo recuerdes muy bien. Lo más raro es que tus padres estuvieran metidos en el interior del coche mientras tus hermanos mayores y tú estuvieran tan alejados. Pero lo peor y lo que más me entristece es pensar que te abandonaron en ese orfanato y se marcharan sin dejar rastro. Lo único que se sabe de tú hermano Jerónimo es que viajó a Francia donde se les perdió el rastro y tú hermano Ricardo… él está desaparecido en combate. Ni registro, ni padrón, tarjetas de banco, historial médico, es como si se los hubiera tragado la muerte. Lo peor de todo es que no hayan intentado ponerse en contacto contigo y eso sí que me cabrea. Me jode que te hayan abandonado a tú suerte. Salvarte la vida en aquel incendio fue lo más importante de mi vida y tenerte a mi lado es lo que me da fuerzas para continuar viviendo para despertar a tú lado un día más.
-¿De verdad soy tan importante para ti? -preguntó Sara-. ¿No te molesta qué sea tan especial y qué sepa qué tengo poderes? Te has portado tan bien conmigo, tan atento a sabiendas que soy un poco loca…
-Lo que siento por ti es muy grande…
-Lo sé… -lo interrumpió Sara-. Aunque lo he pensado mucho y todos me atosiguen con la idea quiero darte un hijo y tenemos que empezar desde ya.
-No se trata de dármelo sin más. No es porque yo quiera. Tiene que ser querido y buscado por los dos.
-¿Tú crees? -preguntó Sara, susurrando al oído de éste-. Quiero un hijo tuyo, uno, dos, llenar la casa de niños… ¿Me vas a decir qué no quieres correrte todo dentro de mi?
Carmelo gruñó. Desde que le habían diagnosticado el tumor cerebral nunca había pensado eyacular dentro de nadie. Primeramente porque cuando se estaba haciendo la quimioterapia se lo prohibieron porque podía pasar al cuerpo de la otra persona y segundo porque tenía pavor a tener un hijo que heredara esa puta mierda que guardaba en el interior de sú cerebro.
-Un momento, sé que mi madre te habrá inducido a hacerlo, pero es que nunca lo hemos hecho a pelo.
-Carmelo, siempre he soñado con ser madre, pero pensaba que era muy pronto. Pero ahora quiero, a pesar de que tú madre esté de pejiguera. Gracias a lo que pasó anoche, me planteé la idea de perderte y, sé que quiero quedarme embarazada lo antes posible. Alondra me hizo abrir los ojos, me convenció de que eres el hombre de mi vida… ¿No te apetece? Lo creas o no, Carmelo quiero un hijo tuyo.
-¿Qué? -Preguntó Carmelo algo nervioso y con el corazón a punto de salírsele por la boca .
Sara no pronunció palabra. Se limitó a acariciarle el pelo despeinado mientras lo besaba.
Carmelo pensó en empujarla, en quitársela de encima, pero no pudo. No se trataba de un polvo a pelo, sino de follar en busca de un bebé. De un óvulo fértil empezando por un beso con lengua.
Sara se entregó a Carmelo sin importarle lo más mínimo las asistentas sociales que la vigilaban. Le daba igual la moralidad, los ojos abiertos y concebir en un Hospital. Desde siempre había sido una zorra Lolita ninfómana del sexo y él le daba lo que apreciaba sú cuerpo.
Olía al sudor de Carmelo.
El sudor a macho, de sú macho cabrío…
Las piernas no podían continuar cerradas, así que se sentó encima con las piernas dobladas, las palmas de sus manos quedaron en el rostro de éste mientras se continuaban besando.
Allí en aquel cuarto de baño de paredes de azulejos blancos y azules comenzó la lluvia de besos fulminantes que los llevó a tocarse y acariciarse. Sara levantó las caderas jalándose el vestido hacia arriba sacándoselo por la cabeza a la misma vez que Carmelo se bajaba el pantalón besándole el abdomen.
Élla excitaba a Carmelo y Carmelo la excitaba a ella. Más que un polvo rápido, era un polvo especial. Desinhibo y no podía hacerlo mal. La atracción que sentían no era más que la relación de tres meses y fugazmente le iba a permitir que la dejara en estado de buena esperanza.
Carmelo la cogió por las caderas levantándola en peso en el aire mientras ella permanecía con sus piernas enrolladas a sú cuerpo como un flotador con figura de una adolescente esbelta y en plena adolescencia. Sedienta de sexo, de sentir sú polla hasta el fondo. La depositó sobre la encimera de mármol del lavamanos. Estaban calientes, uno frente al otro, sin tocarse, sin besarse. Solo observándose. Sara se sintió deseada cuando Carmelo con aires de grandeza y rudo como un aborigen Guanche le arrancó las bragas haciendo honor a la fuerza bruta de la sangre Canaria que fluía por sus venas.
Quería sentirlo dentro, pero no quería que fuera un polvo rápido pero no pudo reprimir el deseo de acariciar sú torso fibroso. Así que le quitó la blusa siendo ayudada por él que elevó los brazos al cielo. Era normalito, ni tan fuerte ni tan delgado, pero para ella tenía un cuerpo exquisito.
Ambos sabían que iban a entregarse a la lujuria del amor. Iban a ser la una del otro y viceversa, iban a experimentar el mayor placer del mundo, el placer de la procreación. Se iban a entregar en cuerpo y alma. La besaba con fruición, con deseo, con una pasión desmesurada.
Carmelo comenzó a penetrarla.
-Me gusta… -dijo Sara mirando a los ojos de sú amado.
-¿De verdad… -preguntó Carmelo mirándola sonreír.
Para Carmelo, Sara era una diosa americana por parte de padre y Canaria por sú madre. Con el sujetador negro liso, ojos azules como el color del cielo y el cabello rubio ondulado por debajo de los hombros.
Sara al ver que la penetraba con dulzura, lo agarró de las nalgas atrayéndolo con fuerza. Carmelo sintió que se le erizaban los vellos de los brazos al sentir que estaba dentro de ella sin ninguna protección, la sentía al natural y profundizó en sú interior sin miedo. Sara gimió sonriendo viéndolo completamente desnudo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
Carmelo tragó saliva. Quería tocar, saborear todo sú cuerpo, memorizar todos sus recovecos. Quería que fuera inolvidable. Se sentía su amo. Sara le empezó a besar el cuello haciéndolo excitar mucho más mientras la penetraba con intensidad.
Pocos segundos después, Carmelo estaba retorciéndose de placer.
-¡No pares, Carmelo! -pidió Sara arqueando la espalda hacia detrás-, ¡No pares!
Sin poder aguantar. Carmelo la penetró una y otra vez con vigorosidad. Ambos placenteros. Sara imitó sú ritmo con bruscos movimientos pélvicos. De repente ambos llegaron al final. Carmelo sintió que sú cuerpo se estiraba entre movimientos de sus músculos involuntariamente y en un gran jadeo se dejó ir en sú interior.
Fue deseado.
Fue buscado.
Carmelo escondió la cabeza entre el hombro derecho y el cuello de ésta.
Estaba hecho.
No sabía por qué, pero estaba seguro de que la había dejado preñada. No solamente por el hecho de haber eyaculado dentro sino porque llevaban varios días sin mantener relaciones:
-Tenía los huevos cargados -confesó asfixiado.
Por primera vez en la vida se sintió completo, tenía un buen trabajo, una novia guapa, casa propia y ahora de seguro iba a ser padre. Sabía que eso iba a dejar huella de sú existencia en la tierra.
La abrazó con fuerza sintiéndose el puto amo.
Se sintió cambiado, más maduro, más padre.
-¿Sabes qué? -preguntó Carmelo besando sú cuello-. Creo en la magia y en ti…
-Pégame… -dijo Sara.
-¿Cómo? -inquirió desconcertado.
-¡Qué me pegues!
-No puedo hacer eso…
-¡Qué me pegues!
-¡Qué no!
¡Imbécil! -insultó pegándole una patada en sus partes sensibles.
Carmelo se dispuso a pegarle una bofetada y extrañamente un tipo de aura envolvió la cara de sú novia. Un escudo invisible e infranqueable. La miró con asombro y se miró la mano con desconcierto. ¿Qué estaba pasando?
-¿Tengo un don o no? -inquirió Sara sonriéndose.
-¿Pero qué coño?
-Es lo que te estaba explicando…
-¿Alguien más lo sabe?
- Se supone que mis padres, mis hermanos y Alondra.
-¿Desde cuando puedes…
-¿Hacer esto -interrumpió ella sonriente al ver sú expresión de asombro-. Desde hace muy poco, creo que un año o algo así. Te he dicho que soy bruja.
-¿Buena o mala? -preguntó Carmelo-. ¡Qué idiota, claro que eres buena! -añadió.
-¿Te sigo gustando? ¿O ahora te parezco un bicho raro?
-No eres un bicho raro y claro que me sigues gustando nena -respondió Carmelo besándola con lengua-. Eso explica el asesinato de tus padres. ¿Crees qué fue debido a ese poder?
-No recuerdo mucho de donde proceden mis poderes -se sinceró-. Recuerdo muy poco de mi infancia, pero si sé que mi madre me decía repetidas veces que mis hermanos y yo teníamos un destino.
-¿Un destino? -preguntó Carmelo?-, ¿qué clase de destino?
-No lo sé…
Primero permitió que sú hermano Aridane echara de malas maneras a Sara y, ahora, era la primera cara que quería ver al despertar.
-Creo que me pasé con Sara -murmuró.
A través de la cortina pudo ver a una mujer atractiva mirándolo con recelo, le dio la impresión de que lo estaba vigilando lo que ellos hablaban sentada junto a la persona que acompañaba. Sería algún familiar.
Carmelo la miró.
-No soporto los hospitales. Seguramente, es porque me he pasado muchas horas metido aquí, ¿no?
La mujer se limitó a mirarlo sonriéndose con una expresión despiadada.
-¿Es un familiar? -preguntó-. Es bueno despertar y tener a la persona que nos importa al lado. Pero yo soy un idiota descuidado, porque permití que mi hermano echara a la mujer que amo y no tuve el valor de pedirle que se quedara a mi lado… No sé porque soy tan gilipollas. Voy a tener que pedirle perdón. No puedo despertar sin tenerla a mi lado como estos tres meses.
Para no parecer un inútil, se levantó poniéndose en pie, buscó las zapatillas que le había traído sú hermano mayor. Se estaba meando y se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara. Puso la mano en el tirador de la puerta y apareció Sara abriendo la puerta que daba al pasillo bullicioso del hospital Insular. Estaba demasiado arreglada, con el vestidito corto amarillo que tanto lo excitaba, los zapatos de tacón a juego y el cabello con espuma del aroma a frutas que tanto le agradaba. Con ella traía un bolso seguramente con ropa limpia para cambiarse, la verdad es que ella siempre era previsora y él tenía ganas de ponerse ropa limpia, no aquel pijama azul de cien por cien algodón a juego con las zapatillas de tela.
-Carmelo, esperaba encontrarte dormido.
-Para nada -dijo con una sonrisa de cara iluminada de la alegría.
Sara se sonrió y se saludaron con un beso en los labios.
-Entonces , es que yo, soy la que llega tarde cómo siempre. te traje algo de ropa por si quieres cambiarte y… -se interrumpió al ver a aquella mujer de mirada siniestra que asomó la cabeza a la esquina de la pared para observarla-. ¿Quién es esa mujer?
-No tengo ni idea -le aclaró-. Estaba ahí cuando desperté, seguramente es familiar o algo de mi compañero de habitación. En cuanto a lo que pasó anoche… yo… Es que mi hermano se pone a la defensiva cuando sabe que yo puedo volver a sufrir un ataque debido al tumor que tengo como un parásito en mi cerebro. No se separó en toda la noche de mi lado y ya por la mañana le dije que se fuera a descasar. Pero tan cabezudo es que se fue a trabajar -Explicó- Está obsesionado con encontrar a los tíos que me atacaron y pusieron el explosivo en el coche.
Se detuvo al darse cuenta de que estaba hablando más de la cuenta y siempre fue poco hablador, prefería escuchar a los demás. Por eso se metió en la policía tras pasar los dos años de especialización en la península. No se había esforzado tan duro para nada, por eso entendía que sú hermano Aridane se involucrara tanto en el caso.
Carmelo jamás y nunca le había dado tantas vueltas a las cosas… excepto, evidentemente, desde que empezó sú relación con Sara Mcnamara..
¿Sería porque ella se convertiría en la madre de sus hijos a sabiendas de que podrían heredar su tumor cerebral?
-¿Quiéres saber la verdad de todo lo que pasó ayer?
¿Lo que pasó ayer? ¿De qué verdad hablaba sú novia? Habían tantas incoherencias en sú historial familiar, que era lo que tanto llamaba sú atención. Padres fallecidos en un accidente de coche, hermanos que la abandonaron en un orfanato para después darse a la fuga, desapareciendo.
-En mi vida hay cosas que no tienen mucha explicación…
-¡Ah, sí, dímelo a mí! -pensó Carmelo.
Sintió una gran curiosidad. Claro, sí, ella seguro que sabía más de lo que decía acerca del asesinato de sus padres.
-Si quieres, me pego una ducha rápida, estoy sudando como un perro -comentó Carmelo.
-¿No quieres saberlo? -preguntó sorprendida.
Sú conocimiento sobre ella, le gustaba que estuviera encima y le hiciera preguntas pesadas.
-Claro que quiero -contestó él-. Prefiero darme una ducha y, así, me puedo quitar este pijama horroroso. He pasado una mala noche. La verdad es que, si hubieras estado a mi lado y te hubiera visto nada más abrir los ojos como en casa cada mañana sería diferente porque te necesito.
¿Siempre tan bueno y cariñoso? Sara no lo dudaba, la sensación de felicidad que la invadió al oír sus palabras lograron ponerla cachondona. Más cachonda que la primera vez que se entregó a él.
Sara se dirigió a la cama de Carmelo observando a la mujer que la había mirado, estaba con un hombre conectado a un par de máquinas y una de ellas era la de respiración asistida. Y la saludó.
-Hola… -saludó Sara con una expresión de lástima.
Se entretuvo sacando las piezas de ropa de la maleta mientras Carmelo estaba en el baño. Miró a través del ventanal, era una puerta con cristaleras. Era fácil de abrir si se metía una tijera en el cuadrado de la cerradura arrancada. Pensó en lo mal que tuvo que pasarlo el pobre cuando se pasó tanto tiempo ingresado debatiéndose entre la vida y la muerte.
-Cuanto tuvo que sufrir… -respiró hondo-, El pobre…
Carmelo interrumpió sus pensamientos:
-¿Me vas a traer la ropa o no?
-Sí, claro -dijo Sara viéndolo asomando desde la puerta del baño-. Estaba esperando que me avisaras.
Élla se dirigió a la puerta dándole la ropa sin pasar.
-Si quieres, puedes pasar, nos damos un par de besitos y hablamos aquí mientras me ducho -dijo Carmelo sonriendo.
-¿Me estás buscando? -preguntó en tono coqueto y de sorpresa.
-¡No sabes cuanto! -Arguyó Carmelo atrayéndola de la cintura hacia el interior del cuarto de baño entre besos desenfrenados.
Sara cerró la puerta y continuaron besándose hasta que el trasero respingón de éste terminó chocando contra el lavamanos y se rieron.
-¿Qué te apetece hacer? -preguntó Carmelo-. Pide por esa boquita.
Vaya beso. Él tenía los labios humedecidos. Élla impregnado de pintalabios. No importaban más que el efecto desenfrenado de sus lenguas y el tacto de sus cuerpos.
-Tenemos que hablar -contestó ella poniéndose seria.
-¡Muy bien! -pensó para sí mismo dándose un canto en el pecho-. Te noto rara desde que pasó lo de ayer.-comentó-. ¿Qué te preocupa?
Le gustaba la mirada retante que ponía Carmelo cada vez que se cruzaba de brazos y respiraba hondo.
-Lo que soy -contestó.
Tres palabras como siempre. Está molesta. Carmelo se dijo que seguramente sú madre la había vuelto loca con sus manías de querer tener la casa llena de nietos. ¿Es qué no tenía suficiente con los hijos de sus hermanas, Jantima y Paula?
-Soy una bruja -dijo Sara.
Acto seguido, se viró para rebuscar dentro de la maleta donde había traído la ropa de éste.
¡Qué buena está!
Normal que se hubiera enamorado de una adolescente.
Carmelo intentó mantener la mente en blanco.
No era fácil porque estaba loco por sus caderas y sú cuerpecito delgaducho. Por no hablar de sú carácter y sú temperamento. Qué suerte. Carmelo estaba acostumbrado a mantener relaciones estables, pero desde la primera vez que la vio supo que quería casarse con ella.
-Perdona por no haberte contado toda la verdad, es que me daba miedo tú reacción y prefería contártelo yo a que lo descubrieras -se disculpó Sara mientras buscaba el arma que había sido heredado de sus antepasados.
Carmelo frunció el entrecejo, bajó la tapa de la vasija y se sentó encima. Esperó una explicación, pero se hacía una luz sobre la duda que tuvo desde un principio, seguro que le iba a confesar quien cometió el asesinato de sus padres.
-Aquí está -anunció Sara sacando una daga del interior de la maleta, lo tenía bien guardado-.
-¿Qué haces con eso? -preguntó Carmelo esperando la explicación con mayor interés.
Carmelo clavó sú atención en la daga de cristal. Como de resina con burbujas en sú interior. El intrincado objeto era una daga de mago.
La parte investigadora de él quería interrogarla, pero quería que ella le dijera todo lo que sabía por propia voluntad. Creía en el libre albedrío. Lo de que pensara que era una bruja le importaba una mierda. Ni siquiera que hiciera la tabla OUIJA con sus compañeras de orfanato.
Sara lo miró a los ojos a través de la famosa daga. Se sonrió sentándose sobre sus muslos.
-¿Has creído alguna vez en la magia?, que conste que yo no creía y mucho menos en que alguien tuviera un cometido ó destino predestinado -le dijo-. Veo espíritus, pero no estoy loca.
Carmelo no contestó, sabía que si lo hacía la iba a hacer sentir mal. Decidió entenderla, acariciarla y pensar que solo estaba intentando llamar sú atención. Talvez era la imaginación que le jugaba malas pasadas.
Ambos se miraron a los ojos en silencio. Un silencio casi corrosivo.
-¿Qué pensarías si te dijera qué los espíritus vienen a mi para que les ayude a avanzar? -inquirió Sara-.¡Sí, vienen a mi! La mayoría de las veces en sueños. Donde me muestran retazos de sus vidas, lo que les pasó o me dan explicaciones.
-No creo en esas cosas -contestó-. Casi me considero un Cristiano cabreado con lo divino.
-Bien, da igual -dijo Sara-. Eres Policía. No sé por qué no crees en la magia, pero existe. Están más que comprobados los hechos paranormales y casos imposibles de resolver. Las videntes, los Médiums , muchos son los que han colaborado con la policía y gracias a esas personas especialmente sensitivas han logrado cerrar muchos casos sin resolver. Mi padre era también sensible, tenía un don. Sé que no quieres ver las cosas o que intentas engañarte, pero todas las desapariciones están conectadas a la maldición de mi familia.
-¿Por qué piensas eso?
Tenía la verdad delante, pero no la quería ver. ¿Qué es lo que sabe? Realmente quería saber más de sú pasado trágico. Ahora tenía la oportunidad, Sara se estaba abriendo y estaba a punto de confesar todo lo que escondía muy dentro.
- ¿Por qué crees qué no nos dañó la explosión? -preguntó respondiéndole-. No tengo ese don hace mucho tiempo, solo sucede sin más. Si no lo hubieras visto no te diría nada, habría dicho que fue casualidad o un milagro. Sin embargo, ahora sabes lo que se oculta dentro de mi. Envolviéndome, haciendo mi carácter tan especial. Desde niña jugaba con los espíritus de niños y ahora en la adolescencia me piden cosas. Cuando empezó toda esta locura de los asesinatos solo pensé que debía ocultar lo que sabía. Solo sé que te amo por como eres. Por tú bondad, tú carácter y por lo bien que me tratas. No sé exactamente que es la historia que envuelve a mi familia, pero sé que el destino nos unió. Tal vez sea porque juntos tenemos un futuro.
Se mantuvo en silencio, mientras veía como él cogía la daga entre sus manos palpándola y observándola al detalle; de manera exhaustiva.
-¿Y bien? -preguntó-. ¿Por qué crees qué el destino te llevó a mi? ¿no son más que concluyentes los casos de fallecimientos sin explicación?
-Mi trabajo me hace pensar que no hay nada sobrenatural y los asesinatos son obra de humanos dementes -dijo Carmelo-. ¿Por qué crees en esas cosas?
-Lo siento… -musitó Sara avergonzadamente.
Carmelo hubiera deseado no ser tan coherente, pero había dejado la fantasía y sú imaginación al servicio de la ley, ya no pensaba como un niño. No tenía la capacidad de creer en historias fantásticas.
-La magia -dijo recordando la película de Harry Potter que fue a ver con sus sobrinos las navidades pasadas-. Mi mente ya no da para fantasear, ni siquiera imagino quitándote la ropa. A mi edad los tíos pasamos a la acción y punto. Para los niños de mi generación… nos conformábamos con leer comic´s de los X-men y los Power Ranger. Incluso Dragon Ball Z. Esos eran imaginativos, siempre quise ser un Power Ranger.
-¿Y crees qué eso es la magia verdadera?
-No -respondió empezando a excitarse de tenerla sentada encima-. No creo en la magia, no como puedas creer tú. Para mi la magia es obra del diablo. Dones así como tú los llamas es como si una persona fuera Dios. Pero creo que ayer en aquel parking cuando estábamos juntos pasó algo inexplicable, el que no lo sé. Pero sí, sé que esta historia entre los dos fue muy rápida y tal vez eres todavía un poco infantil. No me importa que creas en esas cosas, pero de creer a pensar que eres especial… eso sí que me preocupa. Las chicas como tú tienen que vivir la vida, pero en vez de querer divertirte como las otras eres rara y siempre te la pasas metida en la biblioteca y no quieres ir al instituto a estudiar. Prefieres ser una ama de casa.
Se interrumpió al darse cuenta de que a lo mejor eso era lo que quería ella, ser madre y quedarse en casa cuidando de sú familia.
-Perdón -dijo Carmelo-. ¿A qué viene todo esto?
Sara veía que sú novio no estaba por la labor de creer sú historia familiar.
-Lo cierto es que si tú crees en la magia yo creo en ti. Si eres espiritista me importa una mierda y si tienes poderes también. Pero para probarlo tienes que exhibirlos. No puedes decirlo sin demostrarlo. Eres mi novia y te quiero y quiero pasar el resto de mi vida a tú lado… -se entristeció-, …aunque no sea mucho lo que me quede. No quiero ser negativo, pero mi enfermedad es una realidad y no podemos obviarlo. Sé que siempre has querido tener hijos y yo me muero por tenerlos. Pero puedo aceptar que tengas miedo por si heredan el tumor que tengo alojado en mi cerebro. Un tumor que poco a poco me va deteriorando y provoca que mis músculos fallan cuando me estreso. Pero a lo que voy, si tus padre fallecieron a causa de algo tan inexplicable tiene que ser así como tú me lo digas. Desde siempre he sabido que tú sabías lo que ocurrió aunque no lo recuerdes muy bien. Lo más raro es que tus padres estuvieran metidos en el interior del coche mientras tus hermanos mayores y tú estuvieran tan alejados. Pero lo peor y lo que más me entristece es pensar que te abandonaron en ese orfanato y se marcharan sin dejar rastro. Lo único que se sabe de tú hermano Jerónimo es que viajó a Francia donde se les perdió el rastro y tú hermano Ricardo… él está desaparecido en combate. Ni registro, ni padrón, tarjetas de banco, historial médico, es como si se los hubiera tragado la muerte. Lo peor de todo es que no hayan intentado ponerse en contacto contigo y eso sí que me cabrea. Me jode que te hayan abandonado a tú suerte. Salvarte la vida en aquel incendio fue lo más importante de mi vida y tenerte a mi lado es lo que me da fuerzas para continuar viviendo para despertar a tú lado un día más.
-¿De verdad soy tan importante para ti? -preguntó Sara-. ¿No te molesta qué sea tan especial y qué sepa qué tengo poderes? Te has portado tan bien conmigo, tan atento a sabiendas que soy un poco loca…
-Lo que siento por ti es muy grande…
-Lo sé… -lo interrumpió Sara-. Aunque lo he pensado mucho y todos me atosiguen con la idea quiero darte un hijo y tenemos que empezar desde ya.
-No se trata de dármelo sin más. No es porque yo quiera. Tiene que ser querido y buscado por los dos.
-¿Tú crees? -preguntó Sara, susurrando al oído de éste-. Quiero un hijo tuyo, uno, dos, llenar la casa de niños… ¿Me vas a decir qué no quieres correrte todo dentro de mi?
Carmelo gruñó. Desde que le habían diagnosticado el tumor cerebral nunca había pensado eyacular dentro de nadie. Primeramente porque cuando se estaba haciendo la quimioterapia se lo prohibieron porque podía pasar al cuerpo de la otra persona y segundo porque tenía pavor a tener un hijo que heredara esa puta mierda que guardaba en el interior de sú cerebro.
-Un momento, sé que mi madre te habrá inducido a hacerlo, pero es que nunca lo hemos hecho a pelo.
-Carmelo, siempre he soñado con ser madre, pero pensaba que era muy pronto. Pero ahora quiero, a pesar de que tú madre esté de pejiguera. Gracias a lo que pasó anoche, me planteé la idea de perderte y, sé que quiero quedarme embarazada lo antes posible. Alondra me hizo abrir los ojos, me convenció de que eres el hombre de mi vida… ¿No te apetece? Lo creas o no, Carmelo quiero un hijo tuyo.
-¿Qué? -Preguntó Carmelo algo nervioso y con el corazón a punto de salírsele por la boca .
Sara no pronunció palabra. Se limitó a acariciarle el pelo despeinado mientras lo besaba.
Carmelo pensó en empujarla, en quitársela de encima, pero no pudo. No se trataba de un polvo a pelo, sino de follar en busca de un bebé. De un óvulo fértil empezando por un beso con lengua.
Sara se entregó a Carmelo sin importarle lo más mínimo las asistentas sociales que la vigilaban. Le daba igual la moralidad, los ojos abiertos y concebir en un Hospital. Desde siempre había sido una zorra Lolita ninfómana del sexo y él le daba lo que apreciaba sú cuerpo.
Olía al sudor de Carmelo.
El sudor a macho, de sú macho cabrío…
Las piernas no podían continuar cerradas, así que se sentó encima con las piernas dobladas, las palmas de sus manos quedaron en el rostro de éste mientras se continuaban besando.
Allí en aquel cuarto de baño de paredes de azulejos blancos y azules comenzó la lluvia de besos fulminantes que los llevó a tocarse y acariciarse. Sara levantó las caderas jalándose el vestido hacia arriba sacándoselo por la cabeza a la misma vez que Carmelo se bajaba el pantalón besándole el abdomen.
Élla excitaba a Carmelo y Carmelo la excitaba a ella. Más que un polvo rápido, era un polvo especial. Desinhibo y no podía hacerlo mal. La atracción que sentían no era más que la relación de tres meses y fugazmente le iba a permitir que la dejara en estado de buena esperanza.
Carmelo la cogió por las caderas levantándola en peso en el aire mientras ella permanecía con sus piernas enrolladas a sú cuerpo como un flotador con figura de una adolescente esbelta y en plena adolescencia. Sedienta de sexo, de sentir sú polla hasta el fondo. La depositó sobre la encimera de mármol del lavamanos. Estaban calientes, uno frente al otro, sin tocarse, sin besarse. Solo observándose. Sara se sintió deseada cuando Carmelo con aires de grandeza y rudo como un aborigen Guanche le arrancó las bragas haciendo honor a la fuerza bruta de la sangre Canaria que fluía por sus venas.
Quería sentirlo dentro, pero no quería que fuera un polvo rápido pero no pudo reprimir el deseo de acariciar sú torso fibroso. Así que le quitó la blusa siendo ayudada por él que elevó los brazos al cielo. Era normalito, ni tan fuerte ni tan delgado, pero para ella tenía un cuerpo exquisito.
Ambos sabían que iban a entregarse a la lujuria del amor. Iban a ser la una del otro y viceversa, iban a experimentar el mayor placer del mundo, el placer de la procreación. Se iban a entregar en cuerpo y alma. La besaba con fruición, con deseo, con una pasión desmesurada.
Carmelo comenzó a penetrarla.
-Me gusta… -dijo Sara mirando a los ojos de sú amado.
-¿De verdad… -preguntó Carmelo mirándola sonreír.
Para Carmelo, Sara era una diosa americana por parte de padre y Canaria por sú madre. Con el sujetador negro liso, ojos azules como el color del cielo y el cabello rubio ondulado por debajo de los hombros.
Sara al ver que la penetraba con dulzura, lo agarró de las nalgas atrayéndolo con fuerza. Carmelo sintió que se le erizaban los vellos de los brazos al sentir que estaba dentro de ella sin ninguna protección, la sentía al natural y profundizó en sú interior sin miedo. Sara gimió sonriendo viéndolo completamente desnudo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
Carmelo tragó saliva. Quería tocar, saborear todo sú cuerpo, memorizar todos sus recovecos. Quería que fuera inolvidable. Se sentía su amo. Sara le empezó a besar el cuello haciéndolo excitar mucho más mientras la penetraba con intensidad.
Pocos segundos después, Carmelo estaba retorciéndose de placer.
-¡No pares, Carmelo! -pidió Sara arqueando la espalda hacia detrás-, ¡No pares!
Sin poder aguantar. Carmelo la penetró una y otra vez con vigorosidad. Ambos placenteros. Sara imitó sú ritmo con bruscos movimientos pélvicos. De repente ambos llegaron al final. Carmelo sintió que sú cuerpo se estiraba entre movimientos de sus músculos involuntariamente y en un gran jadeo se dejó ir en sú interior.
Fue deseado.
Fue buscado.
Carmelo escondió la cabeza entre el hombro derecho y el cuello de ésta.
Estaba hecho.
No sabía por qué, pero estaba seguro de que la había dejado preñada. No solamente por el hecho de haber eyaculado dentro sino porque llevaban varios días sin mantener relaciones:
-Tenía los huevos cargados -confesó asfixiado.
Por primera vez en la vida se sintió completo, tenía un buen trabajo, una novia guapa, casa propia y ahora de seguro iba a ser padre. Sabía que eso iba a dejar huella de sú existencia en la tierra.
La abrazó con fuerza sintiéndose el puto amo.
Se sintió cambiado, más maduro, más padre.
-¿Sabes qué? -preguntó Carmelo besando sú cuello-. Creo en la magia y en ti…
-Pégame… -dijo Sara.
-¿Cómo? -inquirió desconcertado.
-¡Qué me pegues!
-No puedo hacer eso…
-¡Qué me pegues!
-¡Qué no!
¡Imbécil! -insultó pegándole una patada en sus partes sensibles.
Carmelo se dispuso a pegarle una bofetada y extrañamente un tipo de aura envolvió la cara de sú novia. Un escudo invisible e infranqueable. La miró con asombro y se miró la mano con desconcierto. ¿Qué estaba pasando?
-¿Tengo un don o no? -inquirió Sara sonriéndose.
-¿Pero qué coño?
-Es lo que te estaba explicando…
-¿Alguien más lo sabe?
- Se supone que mis padres, mis hermanos y Alondra.
-¿Desde cuando puedes…
-¿Hacer esto -interrumpió ella sonriente al ver sú expresión de asombro-. Desde hace muy poco, creo que un año o algo así. Te he dicho que soy bruja.
-¿Buena o mala? -preguntó Carmelo-. ¡Qué idiota, claro que eres buena! -añadió.
-¿Te sigo gustando? ¿O ahora te parezco un bicho raro?
-No eres un bicho raro y claro que me sigues gustando nena -respondió Carmelo besándola con lengua-. Eso explica el asesinato de tus padres. ¿Crees qué fue debido a ese poder?
-No recuerdo mucho de donde proceden mis poderes -se sinceró-. Recuerdo muy poco de mi infancia, pero si sé que mi madre me decía repetidas veces que mis hermanos y yo teníamos un destino.
-¿Un destino? -preguntó Carmelo?-, ¿qué clase de destino?
-No lo sé…
By José Damián Suárez Martínez
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