-¿Cuántas personas habrán pasado por aquí? -preguntó ojeando un libro de brujería.
Un escalofrío recorrió todo sú cuerpo con la impresión de que la estaban observando. No se equivocó, la aparición era el espíritu de Sor biblioteca, la llamaba así porque vagaba sin rumbo fijo por todo el recinto.
-Hola, Sara… -saludó amablemente.
-¡Sor Biblioteca…
Se asustó cerrando el libro.
-Lo siento, no he podido venir mucho últimamente desde que me fui a vivir con mi novio Carmelo.
-Lo imaginaba… -dijo Sor Biblioteca ojeando el libro que había cerrado las tapas-, ¿Y qué lees hoy?
Sara le enseñó el libro:
-¡Yeidesëm! “El efecto de los entes espirituales sobre los humanos” ¿Tus obsesiones?
Tenía la piel pálida y las mejillas sonrosadas. Vestida con la vestimenta de los años 50 y de negro como toda una monja de esa época.
-Investigo…
Necesitaba encontrar respuestas, pero aquellos libros no le aclaraban nada.
-¿Crees qué el origen de esos escritos son de origen espiritual de los espíritus cómo yo? -preguntó Sor Biblioteca.
-Quiero ver diferentes hipótesis -respondió Sara.
-Tienes que ver el mundo desde tú punto de vista personal, muchos de estos escritores son simplemente eso imaginación y nada más.
-Gracias hermana, gracias -dijo viendo la luz a sus preguntas sin respuesta-.
Sor Biblioteca se dirigió a una de las puertas flotando en el aire atravesándola sin tener que abrirla. Ninguno de los habituales en la biblioteca la vio hablando sola, la verdad es que siempre se sentaba en una de las mesas más ocultas a los demás. Le gustaba la intimidad y la tranquilidad.
Tras esas palabras que le llegaron al corazón y que tanto esperaba escuchar decidió tomarse un respiro. Dejó el libro que estaba leyendo en la estantería de donde lo había cogido.
Bajó a la entrada principal, justo a sú derecha en el hueco de las escaleras se encontraba la máquina de café. Sacó una moneda de la maleta para introducirla en la ranura, tenía un leve antojo de azúcar, por lo cual presionó el botón del azúcar.
Las cosas que hacía no eran casualidad, eran una sucesión de pequeños actos que la conducían a un espíritu. Por lo cual estaba segura de que uno la estaba rondando.
Le entraron tremendas ganas de orinar, pero no le gustaba hacerlo en los cuartos de baño de la casa construida a finales de los cuarenta, así que se dirigió a los del Centro Comercial Monopol. Era conocido por todos en la isla por ser el segundo centro comercial del mundo después del Yumbo en San Bartolomé de Tirajana donde había ido muchas veces con Alondra.
Sara estaba mirándose al espejo y una chica la estaba mirando. Con la mirada vacía, con una expresión entre desconcierto y asombro. Moviendo la cabeza de un lado al otro como los perros cuando se intrigan con algún objeto.
-¿Te gusta mi cabello? -asentó Sara con la cabeza.
El espíritu no le contestó.
-¿Eh?, Debes de echar de menos arreglarte.
Continuó tanteándola con seriedad y Sara dijo:
-Debe de ser duro vivir así, en esencia, sin poder apreciar los sabores, aromas, tacto ni esas cosas de cuando una está vivita y coleando -Sara se sonrió-. Pero mucho peor es estar encerrada en un cuarto de baño público. Y dime… ¿Por qué te aferras a éste lugar? ¿Por qué continuas aquí? ¿Qué te pasó?
El espíritu señaló a un W.C.
-¿Ahí? -se extrañó señalando a la puerta-. ¿Qué te pasó ahí?
La guió hasta el W.C..
-¡Qué! -dijo señalando a un azulejo de la pared-. ¿Qué le pasa a ese azulejo?
Volvió a señalarle, todavía no había aprendido a comunicarse, seguramente debido a que las personas iban y venían al ser un lugar tan concurrido.
-¡Muy bien, vamos a ver lo que encontramos! -dijo Sara tocando el azulejo que cayó al suelo-. ¡vaya está suelto!
El espíritu alzó la mano como queriéndole decirle que introdujera la mano.
-¡Muy bien! -aceptó Sara disponiéndose a meter la mano.
Sara metió la mano sacando una foto tamaño carné. Un retrato de un fotomatón. Era ella con su novio. Eran felices, con un gran brillo en sus miradas, se les veía muy bien juntos. Élla permaneció mirándola y de repente alzó la vista como si hubiera visto algo que la inquietaba.
-¿Es la luz? -preguntó Sara.
El espíritu la miró sin saber a que se refería, pero se notaba en su mirada que se sentía atraída por aquella hermosa luz tan cálida a la par que serena.
-¿La luz? -volvió a insistir.
El espíritu de la chica afirmó con la cabeza.
-Llegó sú hora -pensó y añadió-, es hora de cruzar al otro lado.
-¡Gracias… -dijo la chica logrando pronunciar dirigiéndose a la luz-. ¡Gracias, de verdad!
El espíritu avanzó cruzando al otro lado. Dejando atrás aquel cuarto de baño femenino que se había convertido en su prisión día tras día.
Sara pensó que el amor era bonito mientras se sonreía alegremente.
-Pero hay veces que es mejor pasar página… -dijo guardando la foto tamaño carné en un maleta.
Tenía la extraña manía de guardar esas cosas hasta las que la guiaban los muertos.
Casi siempre las apariciones se daban en lugares específicos, casi siempre donde hay agua, espejos, cuando las luces parpadeaban o en lugares solitarios.
By José Damián Suárez Martínez
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