El día de playa había terminado, Aridane y Carmelo entraron en la Supercomisaria de Las Palmas capital para hacer varias interrogaciones al siniestro asesino en serie. Querían descubrir si estaba detrás del intento de asesinato de Carmelo. Seguramente tenía algún contacto entre los policías como para poder llevar acabo un trabajo como ese. El hermano mayor estaba lo suficiente enfadado como para dejar que saliera impune. Lo que le apetecía era pegarle un tiro entre ceja y ceja sin contemplaciones.
-¡Buenos días! -saludó Jonathan el agente que controlaba las personas que entraban y salían.
Los hermanos se dirigieron a las ascensores, Aridane accionó el botón para llamar al ascensor.
-Tengo ganas de tener frente a frente a ese asesino -dijo Aridane apretando los puños con fuerza.
Aridane y Carmelo se introdujeron en un ascensor.
Los dos hombres entraron en las dependencias, pasaron desapercibidos haciéndose pasar por simples técnicos. Al ver el pasillo vacío se colocaron las máscaras nuevamente. Se aproximaron a los paneles de electricidad y el de la máscara triste tocó el panel con las palmas de sus manos mientras el otro vigilaba. De las manos de sú compañero salpicaron radiaciones eléctricas, estaba absorbiendo la energía de la instalación eléctrica. Era como si se retroalimentara de ese tipo de energía. Todos en el recinto eran ajenos a lo que sucedía.
Los dos hermanos quedaron encerrados en el interior de la ascensor que habían cogido.
- ¡Mierda, se fue la luz! -exclamó Aridane indignado sacándose el teléfono móvil para alumbrar el habitáculo con capacidad para siete personas.
Alumbró el panel de botones para que su consanguíneo menor pulsara el botón de la alarma pero nada. La luz se había ido. Nunca había pasado nada parecido. Aridane pulsó el botón de la alarma incesantemente, pero nada… No tenía claustrofobia, pero estar encerrado lo ponía nervioso e irascible.
-No me parece nada bien.
-No te preocupes semejante, no es más que un corte en la luz -dijo Carmelo despreocupado.
Recordó aquellos meses que sufrió la ceguera debido al tumor cerebral, tuvo que habituarse a la oscuridad y a moverse con ayuda de sus sentidos. Tocando los objetos para no caerse al suelo. Lo peor de eso era el cuidado que debía tener con las malas caídas.
Los enmascarados atravesaron el pasillo con especie de llamaradas en las manos disparando a todo agente que se les cruzara delante con sus ardientes llamaradas, abriéndose paso hasta una sala. Ambos se sentían jubilosos con sus ojos brillantes de ira, desprecio hacia los agentes de policía.
En el ascensor Aridane estaba pensativo y receptivo. Aturdido y bastante desconcertado.
-¿Qué sucede? -preguntó Carmelo escuchando las explosiones y disparos.
-Juraría que escuché disparos -respondió Aridane.
-No lo creo, Ari.
A Aridane le sonaba más a sonido de fuego, de llamas, ¿pero por qué disparaban sus compañeros? ¿Qué estaría sucediendo al otro lado?
Los enmascarados colocaron sus manos en una pared que era un cristal camuflado. En el interior se encontraba un hombre sentado en una silla frente a un escritorio. El explosivo explotó reventando el cristal engañoso que se hacía pasar por una pared en la sala de interrogatorios. El hombre al que habían venido a salvar ni se inmutó, era como si esperara que sus hombres vinieran a salvarlo. Es como si estuviera esperando ese momento, con un regocijo interior que lo colmaba en sus ojos sin rastro de sentimiento alguno.
Desde el interior del ascensor se escuchó la fuerte explosión provocando que se desestabilizara. Los dos hermanos se agarraron a las paredes preocupados. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Era una guerra? ¿Un atentado?
-¡Joder! -musitó Aridane enojado.
-¡Sú puta madre! -exclamó Carmelo preocupado.
-Tenemos que salir de aquí -apuró el hermano mayor.
-No lo dudes -dijo Carmelo mirando al techo de la ascensor donde se hallaba la trampilla. La única escapatoria reconocible.
Carmelo colocó las manos en forma de escalón para que Aridane subiera en ellas usándolas como punto de apoyo para abrir la trampilla del techo.
El hombre <<apodado el siniestro>> por los asesinatos cometidos salió al pasillo con sus hombres atravesando el pasillo disparando sus mortíferas bolas de fuego a todo agente de policía o guardia de seguridad que se les cruzaban por el camino.
Mientras los dos hermanos se habrían paso hacia el hueco de las ascensores. Treparon hasta el techo de la ascensor, Aridane abrió las puertas exteriores del ascensor con sú fuerza bruta viendo a los tres hombres huyendo por el pasillo.
-¡Los veo! -alertó.
-¿Los reconoces?
-Van tapados con máscaras.
Carmelo recordó lo sucedido la noche anterior.
-¡Han liberado al siniestro, joder! -exclamó Aridane endiablado.
Los enmascarados bajaron por las escaleras. Los dos hermanos salieron del hueco de las ascensores sorprendiéndose al ver los cadáveres de varios de sus compañeros de la comisaría tirados en el suelo.
-¡Hijos de puta!
Carmelo se agachó junto a uno de los heridos que tenía los ojos completamente inyectados en sangre, tuvo la serenidad necesaria para realización de la exploración: Tomó el pulso colocando dos dedos índice y medio en la arteria Carótida a ambos lados de la nuez. Sabía que no podía buscarlo con el dedo pulgar ya que se confundiría con su propio pulso.
-Nada… -dijo Carmelo negando con la cabeza confirmando que estaba muerto.
Aridane le buscó el pulso al otro mientras llamaba por el teléfono móvil a otra comisaría de policía.
-Manden hombres a la Supercomisaría -alarmó-, hay varios agentes muertos.
-Vale, ahora mismo se están desplazando las patrullas hacia allí -dijo la chica del Centro de coordinación de emergencias.
-¡Mierda! -chilló Aridane confirmando que ese también estaba muerto, no tenía señales de pulso.
Los dos se miraron con indignación y odio. Lo extraño era ver sus ropas quemadas si no había señal de haber habido fuego en los pasillos, pero olía a chamuscado y a humo; aunque las alarmas de incendio no se habían accionado. Todo era muy raro para sus mentes que trabajaban con lógica y las hipótesis rápidas no los llevaban a ninguna conclusión real.
-¡Joder! -exclamó Carmelo cogiendo sú arma.
Se escucharon más disparos provenientes de las escaleras que conducían al parking. Aridane miró por el hueco de las escaleras, los observó bajando a toda prisa.
-¡Están en las escaleras! -alarmó.
Aridane y Carmelo se aproximaron hacia allí, bajando los peldaños vieron a más compañeros tirados por las escaleras, muertos o vivos no había tiempo para obscurtarlos.
Los enmascarados iban en una furgoneta riendo, conducía el de la cara alegre, el de la mascara triste iba de copiloto mientras el rescatado iba detrás con los ojos completamente negros. Catatónico, sin marcas de sentimientos en su rostro de piel pálida. Gélido como un témpano. De piel árida y grisácea como la de un difunto.
Los dos hermanos salieron por la puerta, se posicionaron en el centro de la carretera con arma en mano esperando que detuvieran la furgoneta. Tuvieron que apartarse del centro de la carretera de un salto tras dispararle varios disparos o les atropellaban con la furgoneta. Otro agente escondido tras uno coche disparó. En el fuego cruzado una bala impactó en el pecho de Carmelo, el cual no llevaba chaleco antibalas porque no estaba de servicio.
-¡Mierda! -chilló Aridane hecho una furia.
Miró a su hermano aquejándose de un fuerte dolor en el pecho. Tenía sangre en las manos. Se estaba desangrando a causa de la bala perdida que había perforado sú tórax.
-¡Joder, cabrones de mierda! -Chilló Carmelo mordiéndose los labios del dolor.
-Tranquilo, hermano… -Aridane estaba demasiado preocupado-. Te vas a poner bien…, te lo prometo.
Carmelo depositó la mano sobre el brazo de sú hermano mayor y dijo sufriendo insoportables dolores:
-Cuida de Sara…
Carmelo quedó inconsciente y su hermano gritó:
-¡NOOOOO!
Arqueó la espalda de lado alzando el brazo derecho para disparar a la furgoneta en un gran grito lleno de ira. Mientras taponaba la herida con su mano izquierda para que no perdiera más sangre.
-¡Ahhhhh!
Pero fue inútil, tan solo le quedaron un par de agujeros en la puerta trasera mientras que la furgoneta salía de los aparcamientos rompiendo la barrera de seguridad.
-Lo siento… -musitó el otro agente con el rostro de culpabilidad-. Nunca imaginé…
-No hay tiempo para eso ahora, llama al uno-uno-dos.
El joven agente acabado de salir de la academia llamó a la central para pedir ayuda e informar del altercado. No paraba de temblar y pedir a Dios que no se muriera.
By José Damián Suárez Martínez
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