9 - ¿Ya llegaste mi amor?

Sara estaba preparando la comida con todo el cariño del mundo mientras escuchaba música a todo volumen. Le gustaba preparar cenas suculentas y abundantes ya que sú novio comía bastante. No era un pozo sin fondo, pero siempre repetía. Le gustaban las especias  y los aromas. Creía que sú comida lo había enamorado mucho más de ella.
Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo desde la cabellera hasta los dedos de los pies y se viró. Carmelo estaba sentado a la mesa dándole un buen susto.
-¡Joder, Carmelo! -exclamó echándose la mano al pecho-, ¡Qué susto!
Lo notó más guapo que de costumbre y algo distante. Frío y serio. Seguramente que habría discutido con sú hermano a causa de las diferencias entre los dos o por sú culpa. No la aceptaba, seguramente porque era menor y no se había fijado en un asqueroso como él. Sabía que le había mirado el culo en alguna que otra ocasión.
Carmelo estaba desconcertado, mirando con asombro y sin sentido. Sabía que aquello era casi irreal, por alguna razón se le había sido concedido con experimentar estar al otro lado de la historia. Se sentía triste al saber  que había llegado su final, pero quería que Sara no sufriera.
Tenía demasiadas cosas que decirle, pero no quería decir algo que le entristeciera, no quería que sufriera por él.
-¡Dios, qué guapa es! -pensó Carmelo intentando recordar ese momento.
-¿Qué te pasa?
-Sabes que te  quiero ¿no?
-Pues claro, Carmelo.
-Me hubiera gustado tanto haber sido padre y haberte convertido en mi esposa.
-¿Por qué me dice eso? -pensó Sara removiendo el caldero dándole la espalda-. ¡Queda tiempo para eso, amor!
Sara se viró nuevamente para mirarlo, pero ya no estaba. Se extrañó y reaccionó con una sonrisa.
-Amor… ¿Estás en la ducha? -chilló intrigada.
Sara se dirigió al cuarto de baño pero no lo encontró, caminó al dormitorio y tampoco estaba. Lo buscó en los cuartos pero nada, fue al salón fijándose en la puerta, puso la mano en el pomo dándose cuenta de que estaba cerrada con llave y la llave estaba en la cerradura. Miró a la zapatera y no vio los zapatos de Carmelo, el cual se descalzaba tan solo llegar de la calle.
Sintió una presión en el pecho que le produjo un mal presentimiento. Reaccionó tirándose en el suelo envuelta en una gran llantina desesperantes, entre tristeza y rabia golpeándose la cara con el puño cerrado dándose cuenta de que era su espíritu.
Por alguna razón había perdido la vida y gritó:
-¡Nooo! -gritó desesperada-. ¡Por qué!


By José Damián Suárez Martínez

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