11 - Días de la despedida

Durante los primeros días de velorio en el tanatorio de Carmelo, Sara se hizo buena amiga de sus cuñadas. pero Jantima fue la mejor que la trató desde un principio, mientras que Nuria se resistía a darle conversación, la encontraba una interesada en estar con sú hermano que en paz descansaría cuando sú cuerpo fuera enterrado.
La observaba sin perder detalle día a día. No se separaba del ataúd de éste. Aquella mañana entró en la cámara en la cual estaba el ataúd en alto, con la tapa cerrada.
-¿Qué está haciendo? -preguntó su cuñada Jantima.
-Todas las mañanas le da un beso a tú hermano -contestó sú madre-. No se ha separado de él…
-Lo siento, ma -confesó la hija mayor de las dos hembras mirándola a través del cristal-, pero no me gusta.
-Sara es buena niña y ha demostrado que lo quería -dijo Engracia defendiéndola.
Aridane llegó bastante demacrado y sin afeitarse.
-Hola mamá -saludó a sú madre con dos besos-. ¿Y Sara?
Sú hermana Jantima señaló al interior de la cámara conservatoria con un gesto de molestia en sú cara:
-Con Carmelo…
-La voy a saludar…
Aridane entró en el habitáculo que estaba a una temperatura entre ocho a nueve grados para conservar los cadáveres.
-¿Se puede? -preguntó tocando la puerta.
-Sí, pasa -contestó ella sonriéndose.
-¿Quieres qué te lleve a casa de mi hermano?, ¿para que te cambies y te duches?
-Más tarde viene Alondra a recogerme con sú madre -respondió ella.
-¡Qué tranquilo está… -susurró mirando a sú hermano pequeño en el interior del ataúd.
Ella misma lo había maquillado, ahora Carmelo tenía una expresión más natural.
-¿Has verificado sí…
-¿Se la cortaron? -preguntó Sara sonriéndose.
-Es normal que lo hagan a muchos, se suelen empalmar y al no podérsela bajar se las amputan -dijo Aridane-.
Tenía los párpados más hundidos y la cara estirada. Aunque hubiera sido amortajado seguía conservando el aspecto sano y una expresión de felicidad que transmitía calma a todo el que lo viera demostrando que había fallecido de forma natural.
Exteriormente no había cambiado nada, era la misma persona, aunque su alma se hubiera marchado. No se le veía el algodón de la nariz aunque le hubieran introducido paquetes y paquetes con pinzas. No se le notaba el pegamento que habían usado tanto para mantener sus párpados y labios sellados.
-¿Estás bien? -preguntó Aridane.
-Sí…
-¿De verdad? -insistió.
-En el fondo estaba preparada para esto, aunque esperaba que fuera mucho más tarde -respondió ella.
-¿Has desayunado? -se preocupó por su estado de salud.
-La verdad es que no tengo mucho apetito…
-Tienes que comer algo -dijo, añadiendo-. Yo tampoco tengo hambre, pero solo tengo un café en el estómago desde las seis de la mañana y me apetece tomarme aunque sea un sándwich de jamón y queso.
Ambos se miraron a los ojos y se sonrieron.
-¿Quiéres qué te acompañe a la cafetería? -preguntó Sara.
-Sí, te invito a comer algo -respondió.
Sara afirmó con la cabeza. Salieron de la cámara conservatoria, primero salió ella y detrás él agarrándole ligeramente la cadera. A modo cariñoso. Juró cuidar de ella a sú hermano Carmelo en vida y no le iba a fallar. Él cumplía todas las promesas  y mucho más si estaba embarazada.
-¿Se van? -preguntó Engracia.
-A desayunar -contestó su hijo-. ¿quieren algo de la cafetería?
-No… -dijo su hermana Jantima echándole una mirada fulminante a sú cuñada-. -¿Tú maquillaste a mi hermano Carmelo?
-Sí…
-Sara lo maquilló muy bien -dijo su madre orgullosamente-. La verdad es que lo miras y parece que estuviera durmiendo plácidamente.
-¿Tú estás bien Engracia? -preguntó Sara-, ¿te traemos algo?
-No, mi niña -dijo sonriéndose-. Mi hija Jantima me va a traer una tila de casa en un termo.
-¿Te estás tomando la pastilla para la tensión, mamá? -preguntó Aridane preocupado por la salud de sú madre-. Es que con lo que estamos pasando no quiero que tú también nos faltes. Con uno es bastante.
Sara descubrió que su cuñado no era tan egoísta, muy en el fondo tenía buenos sentimientos. Lo vio con otros ojos. Aquel maleducado que conocía se había convertido en un hombre de los pies a la cabeza.
La mirada de todos era penosa, pero por lo menos las llantinas se habían calmado, aunque Engracia se llevaba el clínex que sostenía en sú mano derecha al lagrimal de vez en cuando.
Aridane llevaba el peso de detener a los asesinos de sú hermano. No podía perdonarse que le hubieran disparado sin poder hacer nada.
Jantima no soportaba que sú hermano pasara el brazo por detrás de la cintura de Sara.
-Seguro que ahora está deseando acostarse con mi otro hermano -pensó Jantima enojada.

Sara y Aridane atravesaron el pasillo del Tanatorio hasta llegar a las escaleras, que bajaron dirigiéndose a cafetería.
-Vete sentándote mientras voy al baño -dijo sú cuñado.
-¿Te pido algo? -preguntó ella.
-Sí, un sándwich de jamón y queso -se mantuvo pensativo-, y un café.
Sara se sentó  esperando a que se acercara el camarero que estaba limpiando una mesa situada a unos tres metros. Llevaba el típico uniforme de trabajo, pantalón de pinza, delantal negro con un bolsillo donde poder guardar tanto los paquetitos de azúcar, bolígrafos y el apuntador de pedidos. Una blusa de manga larga  blanca de botones y la pajarita morada.
Las sillas eran de madera de nogal al igual que las mesas. Había escogido el mejor lugar, en la terraza donde podría fumar sú cuñado. El cual salió del cuarto de baño.
-¿Pediste ya? -preguntó sentándose frente a sú cuñada.
Aridane regresó del cuarto de baño con las manos secas
-¿Se habrá lavado las manos? -pensó ella algo repulsiva y respondió-. No, todavía no  ha venido el camarero.
Se prendió un cigarrillo y levantó la mano con energía llamando la atención del camarero que estaba en la barra.
-¡Cuando pueda! -exclamó Aridane de manera vulgar -se sonrió sin quitarse el tabaco rubio de los labios-. Si no les das prisa a estos tíos te dejan en la mesa esperando hasta una hora. Se creen que los clientes somos gilipollas, parece que se olvidan de que nosotros somos los que les damos de comer, hipotéticamente hablando.
El cenicero era de cerámica, con un pequeño orificio en la tapa para tirar las cenizas y colillas. En sú interior había agua. Echó la cenizas en sú interior. Tenía más puntería con el cigarro, porque sú madre siempre le reprendía porque se orinaba todo por fuera y no quería ni imaginarse la imagen.
-¿Qué tal lo llevas? -preguntó.
-Lo llevo… -respiró hondo-, ¿y tú?
-Más o menos…
Sonó el teléfono móvil de Aridane:
-Suban, ya van a trasladar a tú hermano al cementerio -leyó el SMS en voz alta.
-¿Ya? -preguntó desconcertada?-, pero no lo enterraban a las cuatro?
-Sí, pero se adelantaron…

Subieron a la habitación que les había tocado para velar a Carmelo por asignación. Engracia estaba medio llorando porque se acercaba el momento de la triste despedida. Jantima se fue con sú marido en el coche y casi ni se cruzaron las palabras. Engracia se fue en el coche de sú marido Corujo el cual la estaba esperando en el aparcamiento, mientras que Sara se iba con su cuñado.
-¿Qué vas a hacer al final? -preguntó éste.
-No sé… -titubeó ella.
-Si quieres puedes venirte a vivir con nosotros -susurró, como quien no quería la cosa.
-No sé que haré, Aridane… -miró a los otros vehículos de la carretera y las manos de sú cuñado agarrando el volante con fuerza-. Estaba pensando en volver al orfanato.
-No tienes por qué hacer eso -dijo-. Le prometí a mi hermano que cuidaría de ti. No es que sea algo que me vuelva loco, pero una promesa es una promesa.
-Las promesas se rompen, ¿sabes?
-Yo no soy de esa clase de personas…
-¿Qué prometen hasta que la meten? -añadió ella en tono serio.
-¿Crees qué quiero follarte? -preguntó él dando un giro brusco al volante y aparcando el coche en doble fila.
Respiró hondo como intentando calmarse y se cruzó de brazos al igual que lo hacía su hermano pequeño.
-¿Qué pasa? -preguntó Sara.
-¿Sabes por qué nunca me has gustado? -preguntó él-. Por que creo que eres una oportunista -confesó-, creo que eres una niñata que consigue lo que quiere calentando pollas. No sé como lograste que mi hermano Carmelo se enamorara de ti, pero aunque no aceptara lo vuestro lo apoyé al máximo aunque toda mi familia, los compañeros de la policía y todos estuvieran en contra. No porque eres conflictiva y problemática. Sino porque eres menor y suerte que no se casaron o tuvieron hijos. Bueno, eso creo…. Solo faltaría que ahora estuvieras preñada
Sara se cabreó y sin mediar palabras abrió la puerta del coche.
-¿Qué haces? -preguntó él echándole una mirada fulminante.
-Me voy…
-¿A dónde?
-Cogeré un taxi para llegar al cementerio.
-¿Estás loca?
-No, pero no pienso ir contigo a ningún lado -dijo tajantemente-. ¡Ah y tranquilo! Jamás y nunca me has gustado. Me pareces el hombre más machista, egoísta y maleducado del mundo. Así que tú, tú familia y todo el mundo puede olvidarse de mi, ¿entendido? Solo sé que amé, amo y amaré a tu hermano, aunque parezca un témpano de hielo. Hay personas a las que la muerte solo es el siguiente paso y yo ya he tenido bastantes muertes en mi vida. Mis padres murieron siendo yo una niña, mis hermanos me abandonaron y ahora Carmelo. ¿Te parece poco? ¿Qué me guste el sexo? Sí claro que me gusta, como a todo el mundo. ¿Qué sea rara? Tengo mis razones, ¿y qué si me importo yo? Ahora que estoy sola, solo me importa mi bienestar.
Sara salió del coche mientras Aridane permaneció sentado mirando fijamente al volante arrepentido. Salió del coche a toda prisa con la intensión de pararla para que no cometiera una locura. Pero fue muy tarde acababa de coger un taxi.
Solo quedaba medio kilómetro para llegar al cementerio y el taxista con sus métodos de conducción se puso en tan solo cinco minutos saltándose algún que otro semáforo. Sara observó por el cristal trasero si se aproximaba el coche de Aridane, pero no lo encontró entre la veintena de vehículos que la precedían.

Aridane ya había llegado, la estaba esperando. Cuando el taxi se detuvo, se acercó a la ventanilla del taxista y le preguntó:
-¿Cuánto le debe?
-Cinco euros -respondió el taxista.
-Yo tengo dinero -dijo ella sacando el dinero de la cartera.
-Guárdalo, yo pago -dijo su cuñado.
Salió del taxi colocándose las gafas de sol de la marca Armani. Se detuvo mirándolo con incomodidad y el taxi arrancó.
-Tenemos que hablar, en ningún momento he insinuado que…
-No hables Aridane, en vez de arreglarlo vas a cagarla…
-¿Por qué hiciste eso? -preguntó Aridane zarandeándola por la muñeca izquierda-, ¿eh?
-¡Suéltame! -pidió educadamente.
-¿Crees qué es bonito hacer esas cosas? -insistió enfurecido.
-¡Suéltame, me haces daño! -exclamó subiendo el tono de voz.
-¡No voy a soltarte, esto no se va a quedar así!
-¡Qué me sueltes! -chilló de manera tajante.
Los ojos de esta se volvieron completamente negros, sú cabello comenzó a ondear como una bandera cuando sopla el viento y Aridane fue empujado hacia detrás por una especie de energía sobrenatural. Quedó asombrado, sorprendido, no podía creer lo que había pasado.
-¿Qué fue eso…
-¡No te acerques a mi! -exclamó ella-. ¡Olvídame, tío!

Entró en el cementerio por la puerta principal. Un lugar tétrico para ella, un lugar donde podía ser reconocida por los espíritus, un lugar peligroso y donde corría peligro.
Caminó por el pasillo de lápidas y una mujer que estaba postrada ante una de ellas la miró:
-¿Me ves?
Se hizo la loca.
-¿Tú puedes verme? -insistió el espíritu de aquella mujer de unos cincuenta y seis años-. ¡Sé que puedes verme, tienes qué ayudarme,  mi niña!
-¡Ahora no puedo!
-Ahora no puedes, ahora no puedes… -replicó el espíritu-. Nadie quiere ayudarme, ¿a quién acudo?

Aridane entró en el cementerio observando como discutía con el aire, hablando sola y recordó que sú hermano le había contado que veía a los espíritus.
-¿Será verdad lo que me contó Carmelo? -susurró, antes de despejarse zarandeando fuertemente la cabeza-. ¡Creo que me estoy volviendo majareta pal’coño!

Familiares y amigos estuvieron reunidos  para darle el último adiós. No fue un funeral normal, era tan triste que hasta la lluvia hizo acto de presencia. El cielo se volvió gris y lloraba la ausencia de un maravilloso hombre como lo era él.

Carmelo siempre tuvo la voluntad de ser incinerado. Sú ataúd iba adentrándose en el interior del fuego incinerador y como cerraban la puerta para que redujeran a cenizas sú ser físico. Se decía que de esa manera el espíritu no sería liberado, aunque eso no era una ciencia cierta, porque los espíritus podían aferrarse a un objeto u persona y eso lo sabía muy bien ella.
Engracia era abrazada por sú marido Corujo y sus hijas mayores. David y los amigos de ambos hijos estaban en un plano más secundario. Compañeros del cuerpo de la policía local, algunos de la guardia civil, protección civil e incluso bomberos se habían desplazado al crematorio. Incluso Toni al cual conoció una vez cuando fue a ver a Carmelo a la supercomisaria y sú sola presencia provocó en Aridane una mirada fulminante; de incomodidad.
Sara pudo contener la lágrimas al recordar lo que le decía sú novio continuamente:
-Cuando muera no llores en mi funeral -le decía Carmelo.
Siempre estropeaba los momentos más bonitos y maravillosos. Con él siempre era una de cal y otra de arena o como lo llamaba ella: <<una de rosas y otra de mierda>>. Lo cual hacía reír a Carmelo, porque eso si tenía, buen humor. Siempre decía que sí a todo. Pero cuando se le acercaba otro tío para ligar con ella se volvía loco de celos.
Aridane se le acercó sinuosamente pasándole el brazo por detrás de la cintura. Aunque hubieran discutido agradeció ese gesto por sú parte. Ni lo miró, solo dejó que la rodeara con sú fibroso brazo.
Se perturbó el momento al ver al Juez Oliveira y a un hombre que iba acompañándolo. Ambos la miraron fijamente, seguramente estaban pensando que era demasiado joven para Carmelo.
El Juez Oliveira era un hombre normalito, algo rechoncho y de unos cuarenta y cinco de años. Con aspecto de ser serio. Era Juez del juzgado de primera instancia. Tenía el pelo medio largo engominado hacia detrás y barba con forma de perilla. De mirada calculadora con los ojos azules  y los brazos cruzados como un político. Vestía un esmoquin de gala y susurraba continuamente a sú acompañante. Ella se fijó en que no tenía anillo de casado y no parecía un hombre que quisiera el plantearse tener una familia, lo veía como un viciosillo del sexo. Un guarrete que de cara a la gente es un hombre formal y decente. Pero de eso tenía muy poco por como la miraba casi sin cortarse ni un pelo
Carmelo al haber nacido en la Capital de Santa Cruz algunos tinerfeños amigos suyos de la adolescencia también habían acudido a la cita. Sú vida duró hasta los veinticinco años y llevaba despidiendo hacía mucho tiempo atrás. Recordaba su metro ochenta y sú olor. Sus ochenta kilos de peso, lo cual lo obsesionaba mucho y se pasaba unas dos horas diarias en el gimnasio para bajar la barriga cervecera. Nació un veinte de Noviembre y falleció el veintiocho de Abril. Le inquietaban: El amor que sentía por su novia  Sara, el tumor cerebral que le diagnosticaron años atrás, los sueños premonitorios de ésta, el tiempo que le daban de vida y el más allá.
La personalidad de Carmelo: Era divertido y abierto. La verdad es que se llevaba muy bien con los homosexuales hasta el punto de invitarla varias veces a salir de marcha a pubs y discotecas gays de la isla. Siempre iba a la moda y tenía ese punto de alocado que lo hacía especial.
-No sabes lo afortunado que me siento a tú lado -le decía Carmelo después de cada relación amorosa con ella.
Cuando se terminó la incineración todo volvió a la normalidad. El vocerío de los asistentes y las hijas de Engracia calmándola, pero sin aguantar tanto dolor sufrió un desmayo. Sara se acercó pero había demasiada gente alrededor. Élla permaneció en segundo plano porque como le había reprochado sú cuñado la familia no la aceptaba y eso en el fondo la jodía bastante.


By José Damián Suárez Martínez

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