El médico de urgencias salió al pasillo, los padres se pusieron en pie mirándolo con los ojos bien abiertos. Sus rostros denotaban preocupación y miedo.
-Carmelo sufrió un colapso en sus venas, el disparo en el pecho dañó corazón y pulmón. -dijo el médico de urgencias que lo atendió durante la operación-. Intentamos hacer todo lo posible por salvarlo y aunque logramos extraerle la bala perdió mucha sangre, siento ser yo el tenga que decirles esto…
-¡Nooo! -Chilló Engracia desgarrándosele hasta el alma.
-…pero ha fallecido… -confirmó el médico de urgencias.
Engracia y Cornelio rompieron a llorar desesperadamente. Destrozados sin resignarse.
-¡Nooo, mi hijo Carmelo, nooo… -chillaba Engracia-, ¡Por qué Dios… ¡Mi hijo no… ¡Carmelo….
Era desgarrador para todos los familiares que estaban esperando en la salita por noticias de los suyos. Todos daban el pésame mentalmente, la tristeza era una epidemia que se contagiaba rápidamente. Una señora que se hallaba sentada en uno de los bancos de plástico se santiguó.
-Ya está, Engracia… -dijo haciéndose el fuerte ante aquel duro momento que les tocaba pasar-. Tranquila, relájate querida.
-¡Nuestro pequeño nooo…. -gritaba Engracia sin poder soportarlo.
Sara vio una figura encapuchada que la miró con frialdad, éste atravesó una puerta y ella lo persiguió. Ninguno de los familiares se percataron de que se había ido.
Aridane la buscó son sus manos para abrazarla, pero no la halló. Miró derredor y la vio como un flash atravesando la puerta hacia el interior de la zona de radiología.
Sara corrió detrás de aquella presencia que tanto llamaba su atención y que la había observado en medio de su dolor. Se dio cuenta de que no era un espíritu normal. No era parecido a los demás, notó con su fría y cálida presencia que era la misma muerte. Notó que había trabajado para aquella figura encapuchada que vestía de negro funerario. De tez pálida y de expresión fúnebre. Ni triste, ni alegre, ni enfadado, no mostraba síntomas de tener sentimientos.
Atravesó varios pasillos hasta llegar a una sala donde se encontraban varios cadáveres cubiertos por sábanas blancas del servicio Canario de Salud. De repente Carmelo se le manifestó por detrás.
-Hola, Sara… -escuchó sú voz.
Ésta se viró para verlo.
- Mira lo que me hizo ese hijo de puta enmascarado.
Se quitó la bata lila del hospital mostrándole el agujero que le produjo la bala en el pecho. Sara se asustó al ver su espíritu, aquel ente, no era al que conocía en vida. Estaba corrompido, encrispado, sin sentimientos en sus palabras, sin apatía, sin consciencia propia.
La agarró fuertemente de la mano jalándola. Sus vibraciones eran desconcertantes incluso para ella. Su mirada fría como sus manos. Sara comenzó a gritar, el espíritu fue atrapado por un grupo de sombras que salieron del suelo atrapándolo bruscamente de manos y pies. Gritó, gritó un fuerte chillido desesperado.
-¡Nooo! -chilló desesperada e impotente-. ¡Por qué!
Aridane llegó hasta ella encontrándola tirada en el suelo en estado catatónico, desvariando.
-¡Sara…
Sara fue subida en una camilla por los enfermeros y conducida por el pasillo. Estaba catatónica, perdida, desconcertada, desvariada. No paraba de repetir la misma frase todo el tiempo como si fuera un disco rayado. El shock y el trauma por la perdida de Carmelo la había enloquecido.
-¡He visto a Carmelo, he visto a Carmelo, he visto a Carmelo!
Engracia, su marido y sus hijas mayores la vieron. Aridane la acompañó preocupado por todo el recorrido hasta que la introdujeron en una zona reservada para enfermos.
-¡He visto a Carmelo!
-¿Estás segura? -preguntó Aridane desconcertado.
-Ya no era él… -susurró como poseída con los ojos se fueran a salir de sus órbitas-. Ya no era él…
Aridane observó a su familia compungida, entristecida y destrozada.
By José Damián Suárez Martínez
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