Carmelo había quedado con Sara para invitarla al refresco que tanto le había pedido. Salió de la Supercomisaría de Las Palmas a toda prisa, dejando los casos pendientes, para desplazarse hasta el parque de San Telmo, con la única intensión de pasar una tarde agradable con ella.
Tenía las cejas rectas que le proporcionaban una expresión de carácter equilibrado, de inteligencia abierta e ideas claras. También tenía el rostro varonil y aniñado. La verdad es que en nunca fue de tener demasiados granos. Sú mirada era de unos ojos redondos y salientes.
En la carretera, el brillo cegador de los retrovisores de los coches de otros conductores alimentaron su furia. El parasol no le servía de nada y las gafas de sol estaban en la guantera. Se cambó hacia el lado derecho para abrir la guantera, sacó las gafas y se las puso. Embozó una gran sonrisa encantadora al mirarse en el retrovisor coquetamente. Le gustaba que le diera el aire en la cara, pero con los treinta y cuatro grados centígrados se volvía irascible.
Dejó el coche estacionado en el aparcamiento subterráneo del mismo parque de San Telmo y atravesó el interior del parking caminando a paso lento repasando algunas de las pistas que habían descubierto.
-La cartera -recordó que la había dejado en la guantera.
Regresó a la plaza de garaje. Tuvo la sensación de que alguien lo observaba, como si lo siguiera; se detuvo mirando derredor, pero al no ver nada continuó a lo suyo buscando las llaves del bolsillo del pantalón. Comenzó a sonar sú teléfono móvil, era Sara por lo cual contestó:
-¡Ya voy, nena!
-¿Dónde estás? -preguntó.
-¡Dónde estás tú! -inquirió.
-Aquí en San Telmo, esperándote -dijo, cansada de esperar.
-Ya voy acabo de dejar el coche en el parking -dijo Carmelo mirando derredor por si alguien lo seguía-. Cojo la cartera y ya voy.
-Vale, te espero pero no tardes, ¿vale?
-Vale… -Carmelo colgó, prosiguió buscando las llaves con nerviosismo porque tenía muchas ganas de verla antes de ir al Neurólogo privado que tan bien le había controlado el tumor presente en sú cerebro.
Ajeno a las circunstancias dos hombres vestidos de negro, de aspecto siniestro y miradas conspiradoras lo siguieron. Cruzaron sus ojos ocultos detrás de unas columnas del parking donde lo habían esperado. Ambos se colocaron unas máscaras blancas, uno la cara triste y otra la sonriente. Salieron de detrás de los coches en los que se habían escondido pacientemente.
-¡Hola agente, Romero! -saludó el de la máscara triste.
Carmelo se viró intrigado, no le sonaba la voz.
-Chicos, ¿no sabéis que los carnavales ya pasaron?
-Muy gracioso, dinos ¿dónde está el Siniestro? -Preguntó el de la máscara alegre con una pronunciación demasiado peculiar.
Carmelo descubrió rápidamente que no se trataba de una broma de mal gusto por parte de sus compañeros policías.
-¡Quién eres! -Exclamó Carmelo.
-¡Tú peor pesadilla!
Se echó la mano al arma enfundada, pero no le sirvió de nada. El de la máscara alegre se acercó sigilosamente por la espalda propinándole un golpe en la nuca con la empuñadura de una barra de hierro. Carmelo cayó inconciente en el suelo sin poder hacer nada. Los dos hombres compinchados con el asesino apodado el Siniestro, al cual habían detenido tras varios meses de búsqueda por el asesinato de varias mujeres y adolescentes, y la desaparición de muchas otras.
Los dos agresores se mofaron riendo por lo fácil que les había sido librarse del agente maravilla, llamado así por haber resuelto bastantes casos junto a sú hermano mayor Aridane. También conocidos como el dúo imparable. No querían matarlo, les interesaba más darle un escarmiento, un mensaje de que el Siniestro no estaba solo.
El teléfono móvil de tercera generación de éste comenzó a sonar, en la pantalla salía reflejado el nombre de Sara, los dos delincuentes o matones a sueldo se miraron y el de máscara triste se agachó para recogerlo.
-¿Qué coño haces? -preguntó su cómplice.
-¿Quién será Sara?, ¿una novia? ¿tú qué crees tío? -Inquirió.
-¡Me importa muy poco quien sea esa puta! -arguyó.
-¿No crees qué pueda ser ella?
-¿De quién hablas?
-De la chica especial, la que puede cambiarlo todo… -aclaró.
-¡No sigas, si es así hay muchos detrás de ella! -Exclamó el de la máscara alegre pasando de la historia que les habían contado.
El de la máscara triste se sonrió recordando lo que les habían contado: <<La chica a la que buscamos tiene algo que la hace especial, demasiado especial -dijo el Juez Oliveira>>.
-¿Por qué será especial esa chica? -preguntó el de la máscara triste-, ¿no te pica la curiosidad? Se supone que está por aquí cerca.
Cogió el móvil y lo apagó. Sú compañero de fatigas se molestó:
-¿Qué haces? ¿Estás tonto?
-¡No idiota! ¿no quieres la recompensa qué entregan al qué descubra si es la chica qué buscan o no?
Sara que estaba sentada en un banco se preocupó al ver que Carmelo no cogía el móvil hasta que de buenas a primeras perdió la señal. Alondra se preocupó:
-¿Qué pasa?, ¿no lo coge?
-¡Apagó el móvil! -dijo Sara, desconcertada-. ¿Puedes creértelo?
-¿Me vas a decir qué nunca lo ha apagado cuando discuten?
-¡Qué va, nunca! -dijo, y añadió al ver sú cara de no te creo nada-, de verdad ni siquiera cuando estamos cabreados, tuvo que haberle pasado algo.
-Habrá ido al baño, no te preocupes.
-No sé Alondra, esto me suena raro…
Sara humedeció sus labios con los labios en una mueca de preocupación. Su amiga comprendió que ésta se estaba hundiendo en un mar de dudas extremas.
-¿Vamos a ver si lo vemos por el camino? -dijo-, a lo mejor nos lo encontramos.
-No Alondra -suspiró-, tú vete que quedaste con ese amigo misterioso.
-No es misterioso, sino que no me gusta hablar de mis ligues hasta que no lo son serios.
-¿Serios? -preguntó-, y ahora que son, ¿polvos rápidos?
-Con derecho a roce, dirás -dijo aclaró dándole dos besos de despedida en las mejillas a sú mejor amiga-. Pues nada me voy. Y no olvides que tienes que presentarme a tú cuñado que está para comérselo con nata y sirope de fresa en los pezones.
-Vale, lo intentaré…
Alondra se marchó tomando el camino hacia la estación de guaguas, Sara volvió a insistir.
-Lo sentimos el teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento. Vuelva a marcar o inténtelo más tarde.
-¡Odio esperar! -pensó Sara desesperándose, vio al camarero-. Camarero la cuenta por favor.
El camarero asentó con la cabeza, tras tomar nota a una pareja joven se acercó a la mesa dejando una bandejita con la factura. Luego entró en el interior de la cafetería.
-Tres euros cincuenta y de seguro que dejan la dichosa bandejita para que les dejen propina -pensó sacando el dinero de la cartera-. ¡Con la crisis que hay…
Sara dejó los tres euros en la bandeja y se puso en pie. El camarero salió de la cafetería, en vez de ir a buscar la bandeja con el dinero se dirigió a otra mesa. Élla tenía mucha prisa, no la iban a dejar esperando:
-¡Ey, camarero! -dijo logrando que la mirara-, ¡le dejo el dinero aquí!
-¡Gracias! -chilló el camarero comiéndosela con la mirada.
-¡De nada… -musitó ella.
Sara se dirigió al parking, caminando a paso ligero en busca del coche de Carmelo. Por fin dio con el Toyota Corolla plateado, estaba aparcado, cerrado y con la alarma puesta. Se mantuvo de pie junto al portabultos esperando por si regresaba al coche.
-¿Por qué no me llama al móvil? -se preguntó, suspiró tratando de conservar la expresión de calma-, ¡qué morrudo eres, Carmelo!
Miraba de un lado a otro preocupada, con los ojos llorosos. Estaba a punto de llorar porque le desesperaba no saber nada de las personas a las que quiere. Por casualidades de la vida se le cayó el móvil de la mano al suelo, se agachó para recogerlo, y se extrañó al ver como un zapato negro, pero no le dio mucha importancia. Algo la hizo volver a mirar por debajo del coche más próximo a la columna y observó un zapato.
-¡Un zapato! -pensó alarmada.
Se dirigió al coche con algo de precaución, no quería toparse con algún drogadicto. Pero no lo pudo evitar, era Carmelo. Corrió a él tirándose en el suelo.
-¡Carmelo, mi amor! -chilló acariciándole el pelo-. ¿Estás bien? ¡Respóndeme, por favor!
Carmelo abrió los ojos medio aturdido. Echándose la mano a la nuca del dolor provocado por el golpe que le habían propinado a traición.
-¿Dónde estoy? -preguntó desubicado.
-En el parking -respondió Sara-, ¿qué te pasó?
-Ya me acuerdo, fueron dos tipos…
-Da igual eso, ¿estás bien? -volvió a preguntar.
-Sí… estoy bien…
-Voy a llamar a una ambulancia -dijo ella.
-No, de verdad -se adelantó Carmelo-, estoy bien, solo necesito que me ayudes a levantar.
Carmelo se incorporó con la ayuda de ésta apoyándose en la puerta del coche. No tenía sangre por ninguna parte, pero el moratón de sú cuello era claro; pronunciado.
-¿Estabas preocupada? -preguntó.
-¿Tú qué crees?
-Lo siento…
-No pasa nada…
Se dieron un beso en los labios.
-Ayúdame a ir al coche -pasó el brazo por sobre los hombros de sú joven novia-, quiero sentarme un poco…
Sara lo ayudó a llegar hasta el coche, se sacó el mando a distancia para quitar la alarma y algo terrible sucedió. El coche explosionó provocando que ésta mágicamente creara una especie de escudo protector que los protegió de la honda expansiva. Todo había estado planeado, el atentado con intento de asesinato fallido hacia la persona de Carmelo. Los vehículos colindantes se tambalearon por la honda expansiva y las llamas habían tomado una intensidad exagerada.
Por lo menos ambos salieron airosos. Estaban a escasos dos metros de distancia y no habían sufrido ni un rasguño. Él la miraba con asombro y admiración. Empapados del agua que era expulsada de los esparcidores de agua que lograron controlar el fuego.
-¿Qué ha pasado? -preguntó, no le importaba sú coche que había quedado siniestro total.
-¿No te preocupa el coche? -preguntó, intentaba esquivar el dar explicaciones.
-¡No, el coche me da igual! -chilló Carmelo anonadado-. El seguro de la policía lo cubre, además. ¿Cómo hiciste eso?
-Yo no hice nada…
-¿Crees qué estoy ciego? -miró en derredor y bajó la voz-, la honda expansiva tendría que habernos matado y no lo hizo. Solamente ví esa luz azul que salió de tú cuerpo, ¿me lo vas a explicar?
Después de que los bomberos y los cuerpos de seguridad se desplazaran al parking, fueron conducidos al Hospital Insular. No tenían daño alguno y estaban en buen estado de salud. Aridane estaba hecho el diablo quería saber lo que había sucedido, no creía la historia de que el coche había explotado sin más. Recordó el lugar de los hechos:
-¡Es muy extraño! -dijo el experto en explosivos mirando al suelo.
-¿Qué es extraño? -le preguntó Aridane.
-¿Es qué no lo ves? -preguntó señalando a la marca intacta en el suelo-. El coche, la explosión, honda expansiva - simuló la honda siseando mientras buscaba una explicación-.
Se suponía que era imposible que la explosión calcinara a los demás coches y sin embargo quedara una marca de que nada hubiera ocurrido.
Carmelo estaba en el interior de urgencias con Sara esperando a los resultados médicos. Sentados uno junto al otro en los bancos de plástico.
-¿Me vas a decir lo que pasó?
-¡No me atosigues, Carmelo!
-Pues dime lo que pasa, parece que no confías en mí- dijo Carmelo-, sé que en el momento de la explosión hiciste algo.
-No puedo hacer nada tan especial como lo que tú crees, simplemente no sé lo que pasó -mintió-, ¿entiendes, Carmelo?
-No me hables como si estuviera loco -dijo Carmelo cruzándose de brazos esperando una explicación coherente-. Soy tú novio, vivimos juntos, te saqué de ese orfanato de mierda, ¿y todavía no confías en mi?
-Eres policía, Carmelo -dijo ella en tono molesto-. Tú trabajo se basa en averiguar las cosas, ¿no?
Se les acercó el médico de urgencias deteniéndose frente a ellos.
-¿Cómo os encontráis? -preguntó el médico de leve acento gallego.
-Bien, ¿podemos irnos? -preguntó Carmelo.
-Sí, gracias a Dios estáis bien.
-Eso creo -pensó Carmelo.
-Sí, vámonos -arguyó Sara agarrando la muñeca de sú novio.
-La señorita se puede ir, pero quiero que usted permanezca aunque sea la noche por si surge alguna complicación -propuso el médico.
-¿Por qué?, le aseguro que me encuentro en perfecto estado -aseguró Carmelo.
-Puede, pero con sú historiar médico no quiero cometer un error -dijo mirándolo a los ojos-, ¿entiende? Velo por sú bien estar y ya que no quiere someterse a quimioterapia tendrá que permanecer la noche bajo cuidados médicos.
-¡Pero…
-Nada Carmelo, si el doctor quiere que te quedes, pues te quedas -dijo Sara obligándolo a quedarse.
-¡Pero, nena! -replicó Carmelo indignado.
Aridane entró, miró derredor buscándolos, cuando los encontró los señaló y se acercó. Escuchó las razones del médico que les parecieron lógicas.
-Puedes irte si quieres -dijo en tono seco dirigiéndose a su cuñada-. Yo me quedo.
-No me importa quedarme…
-Lo sé, pero yo soy sú hermano.
-Vale, está bien -no reaccionó frente a la provocación-. Te amo mi amor. Vendré por la mañana a verte.
Sara se marchó sin decir nada mientras echaba una mirada fulminante a sú cuñado.
-¡No tendrías que haber hecho eso! -recriminó Carmelo.
By José Damián Suárez Martínez
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