-¿Sabes si tarda mucho la guagua? -le preguntó a éste, que era el típico mataillo de barrio dado a la marihuana.
-Depende de cual cojas -dijo David mirándola de arribabajo lambiándose el labio inferior tanteando lo buena que estaba-. ¿A dónde vas?
-A Triana, que quedé con una amiga -dijo Sara, sonriéndose algo avergonzada por como la miraba lascivamente, siempre la habían atraído los hombres rebeldes y de aspecto dejado-. Había pensado en coger un taxi o la guagua. Pero si algún caballero me llevara se lo agradecería.
-No tengo ni un euro para echarle gasofa al coche -dijo David, intentando dar pena Carmelo le había dicho que era un gorrón-. puedes avisar a Carmelo. Él siempre viene a buscarte. Pero si quieres… me das dinero y puede que te lleve incluso al cielo, ¿entiendes lo qué quiero decir?
-¿Al cielo? -Sara frunció el entrecejo. David intentaba ligar con ella-: ¿Sabes lo qué te haría Carmelo si se entera de que estás tirándome las puntas?
-¿Y sabes lo qué puedo hacer? -Se rió-. Soy mejor que él y todas dicen que la tengo grande…
-No te pases… -dijo Aridane, que acababa de acercarse para saludar a sú amigo.
La situación en la que los encontró era comprometedora para Sara que no quería parecer una buscona.
-¿Mi hermano sabe que estás aquí? -preguntó con mirada de traicionero.
Sara sacudió la cabeza provocando que sú cabello ondulado y rubio americano se alborotara. Aridane tenía los ojos marrones hinchados de dormir. Las cejas depiladas por sú hermana Jantima, de nariz gruesa pero bonita y sú boca con u gesto malhumorado. Se sonrió entre dientes separados como sú hermano pequeño. En cambio tenía el colmillo superior de la derecha de oro.
-Me extrañé, no estaba seguro de si eras tú o no.
-Ya veo… -dijo Sara-. Probablemente le vas a decir a Carmelo que vine a ver a tú madre, pero solo espero que no le comentes lo del salido de tú amigo.
-¿¿Tú crees?? -Preguntó Aridane, en tono retante-. No sé, después de todo confía demasiado en ti.
-Como si eso te importara demasiado como para no decírselo -respondió Sara-. ¿Me vas a llevar a Triana, sí o no? La verdad es que vine a casa de tú madre a buscar una blusa de Carmelo que me gusta que se ponga. Después tú madre me invitó a almorzar con la convicción de meterme ideas tontas en la cabeza, y hace un rato me llamó mi amiga Alondra para quedar en La Plaza de Las Ranas, en el C.C. Monopol. La guagua no sé cuanto tarda y sabes que tú hermano Carmelo odia que me suba en taxis. Cosa que tendré que hacer si no me alcanzas a Las Palmas.
-Me voy a fumar un cigarro con mi amigo primero -dijo Aridane en tono desganado sentándose en el banco mientras David pulía el porro.
Era más bajo que David que medía un metro ochenta y cinco. Pero al lado de éste Aridane tenía el cuerpo fibroso no tan exagerado porque se pegaba más de dos horas al día entrenando en el gimnasio.
CUIDADO CON EL PORRERO!!!
Eso tenía ganas de gritar Sara al ver que sú cuñado era un pasota y un machista radical. Se limitó a sonreír sin parar de moverse sabiendo que iba a llegar tarde a sú cita con Alondra.
Aridane tenía el pelo de la cabeza rapado a escasos centímetros del cuero cabelludo que le daba la imagen de un cabeza rapada y fumándose un porro parecía un idiota cada vez que aspiraba el humo manteniéndolo lo máximo posible en el interior de sus pulmones antes de volver a expulsarlo poniendo una expresión bobalicona en la cara como de placer.
Élla nunca soportaría que Carmelo fuera por la calle sin afeitar con los vellos de la barba exorcizados. Tampoco se habían rozado las manos grandes de Aridane en sú cuerpo algo que seguramente la harían erizar de desagrado. No aceptaba que se le acercara más de la cuenta. Había imaginado una raya invisible.
-Siéntate -le ofreció David un hueco en el banco apartándose.
-No te preocupes -dijo Sara con una sonrisa piadosa.
Comenzó a sonar sú teléfono móvil, era Alondra por lo cual tuvo que contestar:
-¿Dónde estás? - Preguntó indignada-, llevo un rato esperándote en la terraza de la Heineken.
-Lo siento, es que estoy esperando a mi cuñado para que me alcance.
-¿Está buena tú amiga? -preguntó Aridane.
Alondra lo escuchó:
-¿Quién es ese subnormal? -preguntó indignada.
-Mi cuñado Aridane -resopló-. Pasa de él es medio subnormal.
Aridane se puso en pie presionando el mando a distancia para quitar y abrir el seguro de las puertas. Se dirigió al coche sin mirarla y abrió la puerta sentándose. Al ver que Sara no se acercaba medio salió por la puerta tocando la pita asustándola y dijo:
-¿Te llevo o no?
David se subió en el asiento del copiloto y Sara se sentó detrás en el centro de los asientos traseros. Aridane la miró por el retrovisor interior:
-¿No vas a abrocharte el cinturón? -preguntó en tono seco.
-¡Venga vamos, Ari! -Arguyó Sara-, solo es de aquí a Las Palmas.
-Hasta que no te abroches el cinturón no arranco, ¿vale? -se cruzó de brazos como si le diera exactamente igual llevarla-. No pienso pagar la multa si me para la policía.
Sara lo miró con desprecio, no entendía porque Aridane le tenía tanto coraje si nunca le había hecho nada. Pero se puso el cinturón de seguridad solo para no escucharlo más.
Aquella tarde no soplaba apenas una brisa ligera y el calor rajaba las piedras. Por eso mismo se había vestido muy descotada para no asarse. Aridane había arrancado de manera brusca al volante de sú coche deportivo, importado de los Estados Unidos, el único modelo de esa clase en las Islas Canarias. Adelantando a todos los coches, sintiéndose el dueño de la carretera. Sara estaba detrás cruzando su mirada con la de él a través del retrovisor interior, pensaba que seguramente le estaba observando las bragas por lo cual cruzó las piernas. Alzó la barbilla en alto poniendo expresión de orgullo maximilizado.
No tardaron ni cinco minutos en ponerse de Telde a Las Palmas por la autopista. Salía con el hermano pequeño de Aridane que trabajaba en la policía Nacional y no le gustaba que se hubieran ido a vivir juntos. Éste no le volvió a dirigir la palabra en todo el trayecto hasta que detuvo el coche en doble fila junto a la Plaza de Las Ranas.
-Ya te puedes bajar -dijo Aridane en tono más seco.
-Gracias, Ari -Se sonrió.
Antes de bajarse se hizo hacia delante dándole un beso en la mejilla logrando hacerlo rabiar más. David lo miró sonriéndose y Aridane se cabreó:
-¿De qué te ríes?
-Tú cuñada es simpática, ¿no? -preguntó David mirándola a través de la ventanilla.
Sara se detuvo en la Plaza de Las Ranas mirando al coche de sú cuñado y este arrancó justo después de lanzarle un eructo escandaloso. Los dos se rieron a carcajadas. Sabía que era demasiado infantil, pero también tenía bien sabido que era un criminólogo demasiado reconocido. Había resuelto varios casos de desapariciones y asesinatos en la isla de Gran Canaria.
By José Damián Suárez Martínez
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